Un viejo amigo mío, de ideas musicales (sólo musicales) más bien ortodoxas no estará de acuerdo con este artículo. Hasta es posible que, después que lo lea, deba invitarle a una copa reconciliatoria; claro que él me invitará a otra, en muestra de perdón, con lo cual toda va bien y podemos empezar. Vamos allá.
La ópera es uno de los grandes espectáculos. Aúna en sí Artes mayúsculas: la Música, la Literatura, en forma lírica y dramática, así como varias Artes plásticas. Una ópera bien montada e interpretada es una de las experiencias más poderosas, sublimes, hermosas e inolvidables que puede experimentar un ser humano. Es un órdago a la grande, vaya.
(A lo grande, hemos dicho)
Está fuera de toda discusión que para gozar de una auténtica ópera hay que vivirla en un teatro, de manera canónica. No es lo mismo escucharla en un cd en casa, aunque cante Maria Callas, o ver un dvd del Metropolitan de Nueva York, que estar ahí. Claro que muchos jamás podremos ir al Meropolitan, así que bienvenido sea el dvd. Esto es así, no hay vuelta de hoja. Igual que el Réquiem de Mozart, la sinfonía del Nuevo Mundo de Dvorak o los Rolling Stones ganan en directo, siendo hitos musicales en la vida de quien los escucha así.
Bien. Ahora, vamos a hacer un pequeño rodeo. Yo reverencio Shakespeare, como habrán deducido sagazmente quienes hayan visitado antes este sitio. Lo leo habitualmente, no lo puedo ver representado tanto como me gustaría. Hay críticos que opinan que ciertas obras de Shakespeare están sólo para ser leídas, no representadas. Discrepo rotundamente, aunque sí es cierto que leer la obra es una experiencia diferente y rica de la también rica de ver la representación; y también estoy de acuerdo en que hay muchas interpretaciones detestables.
También hay adaptaciones al cine y a la televisión. Muchas, algunas brillantes, otras vergonzosas. Quedémonos con las brillantes. Eso no es lo que Shakepeare tenía en mente cuando escribió, por ejemplo, Ricardo II. No, no pensaba en bandas sonoras, primeros planos, exteriores, uso de luz, y toda la parafernalia y los medios de cine y televisión (y teatro). El Macbeth de Orson Welles, no es la obra de Shakespeare. Es la obra de Welles, con guión de Shakespeare. ¿Es peor por ser película y no obra teatral? No, es distinta. Y ha ayudado, además, a extender la obra original. A Verdi tampoco le tembló el pulso cuando tuvo que componer la partitura, por ejemplo, de Falstaff.
Finalicemos el rodeo: cine, televisión, teatro, novela, cuento, poesía y ópera se influyen unos a otros y no es nada raro que cada una genere obras inspiradas, basadas en criaturas de las otras, o las adapte. ¿O es que Las bodas de Fígaro no es una ópera, basada en una obra de teatro?
(Y, parece, una sombre chinesca basada en la ópera)
Sentado todo lo anterior, nunca he comprendido que no se adapten más óperas al cine o a la televisión. No me refiero a grabar una representación de la ópera y retransmitirla, en directo o en diferido. Hablo de usar las armas del cine o la televisión para hacer una nueva obra, aunque su origen sea no sólo reconocible sino hasta dominante.
Hay una gran dificultad, es cierto, dificultad que no tienen los musicales (porque, esto ya lo hemos hablado, en los musicales los actores son buenos actores que saben cantar, mientras los cantantes de ópera son prodigiosos cantantes que sólo saben actuar para hacer ópera). Y aquí es donde yo me atrevo a dar el gran salto. ¿Por qué demonios nadie hace una película de animación que sea una ópera?
Imaginen las posibilidades. Usando cantantes profesionales, tenemos la parte musical asegurada. Y dejando en manos de equipos como los de Pixar, Dreamworks y unos cuantos europeos que nada desmerecen a esos gigantes, tendríamos un espectáculo asombroso. No me digan que no ven al Príncipe Tamino (un joven y esbelto Príncipe) perseguido por una enorme Serpiente nada más empezar la película. No me digan qué no podrían hacer esos animadores con el Pekín de Turandot, sus multitudes y esos ministros saltimbanquis y cínicos de Ping, Pong y Pang. ¡O con la Tetralogía! Imaginen a Sigfrido, a Wotan, a la cabalgata de las Valquirias, a Fafner. ¿Y la Reina de la Noche? Este aria en manos de una imaginaciónvisual poderosa es oro puro:
Sí, desde luego, no sería la ópera auténtica. Pero serían grandes obras. Fantasia, la espléndida película de Disney, aunó grandes obras musicales con estupendos cortos de animación. Y no, no es como escuchar a la Filarmónica de Berlín en directo, pero es una gran obra por derecho propio, aparte de un mecanismo divulgativo muy astuto. Lo mismo podría pasar aquí, en buenas manos.
(esta gente se ha ganado un voto de confianza)
La ópera siempre será la ópera. El cine no ha matado al teatro, aunque desde luego cambió las reglas del juego, igual que la radio y la televisión. El cambio, en el Arte, puede ser muy enriquecedor, porque añade, no necesariamente suprime.
Así que denme un bello Don Giovanni y un sepulcral Comendador, una populosa ciudad oriental, repleta de sedas y máscaras, gigantes, dragones, dioses y espíritus enfrentados por el oro maldito del Rin, señores animadores. Con orquestas y voces a la altura. Y después, tras mucho ahorrar, iré a verles actuar en persona. Y será otra gran experiencia. Con una excepción: La hija de Escipión, de Johann Sebastian Mastropiero sólo puede existir en versión de Les Luthiers. Y punto.