Con un vaso de whisky

febrero 19, 2013

Un mediocre

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            Pocahontas me parece una de las películas más fallidas de Disney. Tal vez algo influya que esté basada (vagamente) en hechos históricos, en la relación que hubo, parece, entre la princesa Pocahontas y el aventurero inglés John Smith. Sabiendo lo que hicieron los británicos en Norteamérica, el final de la película me recuerda siempre la frase del gran Celebritie (Muchachada Nui) de Miguel de la Cuadra Salcedo: “Si seguramente volveremos… No es un adiós, es un hasta luego”.

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(¡Y regresaremos con sorpresas!)

            Pero, vaya, si la película fuera grande lo histórico me daría igual. El problema es que no es una buena película. La Pareja protagonista es tan soporífera como siempre; esto supuso sin duda un avance en la igualdad: no importa de qué etnia sean las Princesas Disney, son todas cansinas. No hay Cómicos dignos de ese nombre: me niego a darles un título tan elevado al mapache y al perro que andan a la greña una hora.  Alimañas aburridas.

            Entonces, ¿hay algo aprovechable en Pocahontas? Poquito. Porque hasta el Villano es bastante pobretón. Es lástima, el Gobernador Ratcliffe podría haber sido uno de los villanos más notables de Disney. No lo es. Sigue siendo, sin embargo, lo más interesante que hay a la vista en esa hora y media de supuesto choque de civilizaciones. Así que calculen. Porque es un cansino.

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(King and Country and Pork Chops)

            Veamos, ¿quién es Ratcliffe? Por lo que parece, un servidor de la Corona de origen plebeyo, que ha logrado abrirse paso en la Corte, pero que ha perdido unas cuantas manos en la partida política y cuyo capital anda en unos alarmantes números rojos. Que te nombren Gobernador de una pequeña colonia en el Nuevo Mundo, alejado de los círculos de poder, no suele ser señal de que tu carrera vaya por buen camino. Ir a explorar las Américas no es ser nombrado Virrey de la India. Como Ratcliffe confía a su pelota oficial, Wiggins (a los dos les da voz David Ogden Stiers), ésta es su última oportunidad. Después de todo, algunos aventureros españoles y portugueses se fueron a las Indias Occidentales medio desahuciados y regresaron ricos. Su Graciosa Majestad, y Ratcliffe está sin duda de acuerdo, considera que hundir galeotes ibéricos llenos de oro es buena cosa, pero que tener además tierras de las que conseguir oro es aún mejor. Si logra gestionar bien este encargo, aún puede triunfar en Londres.

            Ratcliffe y su tripulación, así, van a colonizar las tierras de Pocahontas y los suyos para labrarse un futuro. Si han de exterminar un par de tribus de indígenas a fin de lograrlo, como europeos razonables que son, pues para algo se ha inventado el mosquete. Con esto fácilmente se ve que, aun manteniendo a Ratcliffe como villano, Disney podría haber formado su primer malvado que no hiciera el mal por afición, sino por supervivencia, siquiera política. No hay, en esencia, muchas diferencias entre Ratcliffe y personajes positivos de películas como Los Inconquistables (“Unconquered”), lo que hay es un cambio de paradigma cultural. Demonios, no hay muchas diferencias entre Ratcliffe y sus subordinados, incluyendo al héroe de la función, Smith.

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(Smith, a punto de desaprovechar su oportunidad de ser un Héroe único en la Historia de Disney)

            De hecho, en el primer número musical tras el desembarco, la canción Mine! Mine! Mine! (que es un juego de palabras evidente en inglés), hay un relativamente atrevido paralelismo entre villano y héroe. Ratcliffe organiza a su gente para buscar oro (escaqueándose del trabajo, como personaje desagradable que es), mientras Smith sale a explorar. Ambos cantan, coreados por los colonos, a distintas formas de dominación sobre el Nuevo Mundo: Ratcliffe quiere abrirlo en canal, para sacar los metales preciosos que cree esconde; Smith desea triunfar sobre él, superar las pruebas, conquistarlo, de un modo casi deportivo (siento no haber encontrado una mejor versión):

            En este sentido, Smith es tan egocéntrico como Ratcliffe. El capitán ansía emociones, el Gobernador, beneficios. La historia de John Smith es la de su conversión de un conquistador sin escrúpulos a no se sabe muy bien qué. Pocahontas se enamora de él y él de ella y ella está dispuesta desde el principio (con esa canción que me da dentera, Colors of the Wind) a redimir al apuesto inglés, a quitarle la visión materialista del mundo, con ayuda de una consejera sobrenatural bastante miope. La Abuela Sauce, la verdad, es un fraude de sabia. Donde esté la Montaña de Basura…

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(“Tiene buen corazón, y además es muy guapo”; vieja verde)

            Ratcliffe parecía llamado a ser el equivalente de Powhatan, padre de Pocahontas. Estos dos personajes son los líderes de los dos grupos enfrentados. Una vez más, se traza un paralelismo claro entre personajes en la quizás mejor canción de la película, Savages!, el preludio a la batalla que nunca habrá (¡Oooooh!).

            Conforme, Powhatan es un noble soberano y Ratcliffe un cínico oportunista, pero se puede ser eso y seguir siendo un villano complejo. El Gobernado atiza el miedo, la codicia e, ironía, el compañerismo de sus hombres para exterminar a los indios, quitarles el oro que, erróneamente, cree que tienen, y rescatar a Smith. A Ratcliffe le preocupa más el oro que Smith, algo razonable, y los colones probablemente tengan ambos objetivos en el mismo rango de prioridades. El fondo del asunto es que, hasta el último minuto, los colones, personajes positivos, y Ratcliffe, personaje negativo, están de acuerdo en todo (menos el pesado de Thomas). Y no me vengan con la excusa de que Ratcliffe es un manipulador carismático, porque no lo es (él mismo lo admite): si convence a sus hombres para hacer agujeros en la tierra de los indios e ir a pegarles cañonazos es porque los colonos están más que predispuestos.

            Entonces, con semejante materia prima, ¿por qué Ratcliffe no es uno de los grandes malvados de Disney? Muy sencillo: porque es idiota.

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(Suspendió Sonrisas Malignas 101)

            Ya sé que las películas de Disney el malo siempre pierde. Lo que pasa es que, normalmente, pierde por un error impropio de alguien tan astuto, o por un giro del guión en plan deus ex machina. En Pocahontas el malo pierde porque no hace más que meter la pata.

            Si Ratcliffe desempeñó todos sus cargos con la misma habilidad que el de Gobernador colonial lo raro no es que haya sido degradado, sino que haya logrado sobrevivir tanto tiempo. No voy a entrar a analizar su nula capacidad organizativa (el campamento, en medio de un barrizal, lejos de toda fuente de agua potable, con un sistema de guardias que permite a Smith largarse cuando le viene en gana sin necesidad de justificarse) o su manera estúpida de buscar el oro (nada de buscar vetas, minas, en cuevas o ríos… se talan árboles y se empieza a cavar donde primero claves la pala). Saltemos directamente a cuando decide que si no han encontrado aún oro, es porque lo tiene los indios.

            Pongámonos en la cabeza del Gobernador: está convencido de que en Norteamérica hay tanto oro como en Sudamérica. El fallo lógico es clamoroso, pero en él ha caído toda Inglaterra, así que no vamos a tenérselo en cuenta. Al no encontrarlo nada más desembarcar, llega a la conclusión de que los indios lo tienen escondido. En fin, queda en pie la pregunta “¿y de dónde lo sacaron los indios?”, cuya única respuesta, según Ratcliffe sería que de donde él ha buscado, hasta vaciar la tierra. Cosa curiosa, que no haya indicio alguno de prospecciones mineras indígenas. Una vez alcanzada esa conclusión, decide que la táctica que debe seguir es la de su admirados Pizarro y Cortés: quitárselo a los poseedores actuales. Claro que Cortés y Pizarro eran tan despiadados como listos y a Ratcliffe inteligencia no le sobra.

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(Tampoco le sobraría un buen sastre)

            En estas, Smith llega después de sus primeras sesiones de ecologismo enrollado, diciendo que eso de masacrar a los indios y volar por los aires los bosques, igual no es tan buena idea y, sobre todo, que allí no hay ni una onza de oro, noticia que causa sensación, y no de la buena, entre los ingleses. Ratcliffe opta por ridiculizar a Smith, en una confrontación pura y dura, obligando a los hombres a escoger lealtades. Teniendo en cuenta que Smith es mucho más respetado que él en al colonia, no es una jugada muy astuta. Ratcliffe se libra del motín porque a Smith le atrapan los indios al poco.

            El Gobernador, hasta la captura de Smith, podía haber hecho muchas cosas. Para empezar, no enfrentarse a lo burro con el jefe militar de la expedición. Luego, dadas las noticias que dicho jefe ha traído, mandar a los exploradores a comprobar si, en efecto, los indios tienen el oro escondido o Pocahontas ha dicho la verdad a Smith. Con esos datos hubiera sido mucho más sencillo desautorizar o, mejor, reconducir a Smith de nuevo del lado de Ratcliffe, en el caso de que sí hubiese oro, o cambiar de estrategia, caso de que no lo hubiera. Como Pocahontas ha dicho la verdad, Ratcliffe, de haber sido un político de raza, enseguida habría visto que, pese a la mala noticia de Oro No, aquellas tierras eran muy ricas en otras materias. Para empezar, en cereales desconocidos en Europa, además de madera y metales no nobles, pero sí útiles. Un buen Gobernador hubiera escrito a la Corona argumentando que seguir asaltando barcos españoles, mientras Inglaterra se hace con el monopolio de una nueva ruta comercial, es un escenario lucrativo.

            Pero no, Ratcliffe se empeña en que hay oro. Nada de exploradores. Se limita a mandar a Thomas, el chaval más inútil de la colonia, tras Smith. Y cuando Thomas vuelve corriendo, tras haberse cargado al pretendiente indio de Pocahontas, a avisar a sus camardas de que el capitán está en manos de una tribu poco contenta, Ratcliffe tiene su único momento de cierta altura. Sabe que los hombres son leales a Smith. Es sencillo acabar con las escasas dudas que le capitán había sembrado sobre lo malos que son los indios, así que el camino está libre para ir a fusilarlos. Bueno, es una oportunidad aprovechada, nada más. Un Gobernador obcecado con el oro, pero más tortuoso, se habría asegurado de que Smith caía en manos de los indios, enviando a agentes leales tras él para que hicieran lo que hizo Thomas, matar indios y forzar el conflicto, pero de manera calculada, no por una casualidad afortunada (para Ratcliffe):

            Hasta ahí llega la capacidad de Ratcliffe como manipulador. Porque cuando llegan a la roca del sacrifico, y Pocahontas cubre a Smith para que no le partan la cabeza y Powhatan tiene su revelación y acepta seguir el camino de la paz, los ánimos de los colonos ya no son sangrientos. Ratcliffe, al menos, capta esto, pero no actúa en consecuencia. Tozudo hasta el final, se empeña en disparar contra el jefe indio, a quien Smith salva, recibiendo el balazo. ¡Ahora sí que la hemos hecho buena! No sólo los indios tienen ahora una deuda con Smith, es que acabas de pegarle un tiro al más popular de tus hombres, que lleva tiempo predicando una política contraria a la tuya. ¡Buen trabajo, señor Gobernador! Un tipo listo hubiera seguido el viento que soplaba, fingido llevarse bien con los indios y esperado su momento para arrebatarles todo.

            Ratcliffe no muere (es uno de los pocos villanos que sobrevive), sino que es enviado, atado de pies y manos, de vuelta a Inglaterra. Esto, al menos, deja una puerta abierta a la esperanza. Ratcliffe, sin duda alguna, ha terminado su carrera al servicio de Inglaterra. Pero a los colonos no les irán mejor las cosas. Los rivales del torpe Gobernador se regocijarán con su fracaso; no verán, en cambio, con buenos ojos eso de que el populacho deponga al representante de la Corona. Un nuevo Gobernador llegará desde Londres. Y en cuanto desembarquen él y sus tropas, harán un par de ajustes. Con los levantiscos colonos primero. Luego, ya les tocará el turno a los indios, ya…

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febrero 12, 2013

El villano puritano

Filed under: Divagaciones — conunvasodewhisky @ 6:01 pm
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            Pensar que Scar es un reflejo de Ricardo Glóster puede muy bien ser una deformación mía. Que el magistrado Claude Frollo, de El Jorobado de Notre Dame (Disney), es una versión simplificada del arcediano Dom Claude Frollo, de Nuestra Señora de París (Victor Hugo), es una evidencia.

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            Del atormentado sacerdote que es el protagonista y villano de la novela de Hugo, ya hemos hablado, al examinar el Amor en la Literatura, en concreto, cómo el Amor puede ser el origen del Mal. El personaje de Disney es, desde luego, mucho más sencillo. En esta película, como en tantas otras de la compañía, el mundo es maniqueo y la parte tenebrosa la llena Frollo en solitario. Sí, Clopin y los suyos tienen un momento amenazador, pero son de los buenos, al fin y al cabo; nada que ver con la colección de criminales, asesinos, ladrones y demás buena gente de la Corte de los Milagros original.

            En realidad, pocos personajes tienen algo que ver con sus originales, salvo Frollo y Esmeralda, a ratos. No Febo, desde luego, ni Quasimodo, irreconocibles. De Frollo se suele señalar como gran cambio que se le seculariza, despojándole de su condición clerical, para convertirlo en una especie de gran inquisidor seglar, encargado de crímenes mundanos y de desviaciones sociales, siempre en nombre de Dios, aunque enfrentado, curiosamente, con el representante de la Iglesia, el Archidiácono (el cuál tampoco es que tenga mucho éxito, la verdad).

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          (Mal día para hacerse el valiente, monseñor)

          Esta secularización no es cosa de Disney. Una de las mejores adaptaciones (aunque también difiere de la obra original) de Nuestra Señora, la versión de 1939, ya hacía lo mismo. Sir Cedric Hardwicke interpretaba a un Frollo convertido en Juez (laico) supremo de París. En cambio, apenas había cambios con los demás: Esmeralda era Esmeralda, Febo era el despreciable y fatuo soldado del libro y Quasimodo, gracias a ese actor inmenso llamado Charles Laugthon, es el mejor campanero de la catedral que jamás he visto (lo que hacía ese hombre sólo con un ojo es impresionante). Al que no reconocería ni su madre en esta versión es a Jehan; al encantador tarambana hermano menor de Claude lo transforman en hermano mayor (creo recordar que les intercambiaban los nombres de pila, encima), benévolo, paciente y obispo… caramba.

            Pero volvamos con nuestro villano. El gran cambio entre el Frollo huguiao y el de Disney es psicológico. El arcediano no era un mal hombre. De hecho, era bastante buena persona. Serio, melancólico, reservado, pero también compasivo. Se carga a sus espaldas la responsabilidad de su hermano pequeño, fruto de constantes decepciones, al que quiere con sinceridad; y salva al deforme bebé Quasimodo, a quien la ciudad entera ve como un demonio, ganándose con ello fama de brujo. Frollo resulta fascinante porque es el estudio de una persona recta transformada en un monstruo tan sufriente como atormentador, corrompido por una pasión que trata de reprimir y luego, cuando ya le ha desquiciado, de saciar a toda costa.

            El Frollo de Disney no era un clérigo estudioso, con las semillas de su propia destrucción en el alma, sino un inquisidor, un comisario despiadado, glacial, que persigue sin descanso a cuantos considera merecedores de castigo. Luego, desde el inicio de la película, tenemos claro quién es el villano: este fanático monolítico, para el cual el pueblo es una masa pecadora, a la cual hay que vigilar con mano de hierro, y los que viven fuera de las normas sociales son corruptores, a quienes debe extirparse sin dudar. La obertura lo deja claro (ignoren el último minuto y medio, por favor):

            Simple como resulta si se le compara con su origen literario, Frollo es un villano peculiar en el mundo de Disney; casi todos los malvados de Disney son, o bien unos amorales pragmáticos, o bien unos inmorales encantados de serlo. O rechazan que haya Bien y Mal o lo aceptan, manifestando jovialmente su adhesión a las filas del Mal (y esa jovialidad es una de sus características más simpáticas). Claude Frollo, en cambio, vive en un rígido mundo de Bien y Mal, maniqueo como sus ropajes negros y blancos. Y sólo él y sus servidores están del lado del Bien. Esto es muy raro en Disney. Frollo no es un hipócrita. Ningún fanático es hipócrita. Él cree sinceramente que está de parte del Cielo, por mucho que el Archidiácono le lleve la contraria, cree en el miedo, en el castigo, en el dolor y en el fuego para librar su guerra contra quienes ve como enemigos. Eso no hace sus acciones menos crueles, pero es una crueldad honesta. Este puritano implacable está seguro de que es el bueno.

            El Frollo de Hugo cae en una espiral de deseo frustrado que le lleva a un nihilismo destructivo: Esmeralda se ha vuelto su mundo y, como no puede tenerla, está dispuesto a aniquilarla, no importa el precio. Al final de la novela, no sé si ya si es honesto, hipócrita o si el sufrimiento que padece y ha causado le han desquiciado hasta tal punto de volverlo loco. El Frollo de Disney únicamente tiene un momento, su mejor momento, en el que la confusión se apodera de él. Solo en su palacio, Frollo reza a María, con su inflexible orgullo habitual, para verse asaltado por el deseo que la joven gitana ha despertado en él. Un deseo contra el que lucha, hasta que cede, clamando por poseer a Esmeralda o por su destrucción, en medio de visiones espectrales:

            Este monólogo condensa en tres minutos todo el proceso psicológico que Hugo hace pasar al arcediano, y, desde luego, pierde mucho por el camino. Sin embargo, la esencia está ahí: un hombre con gran dominio de sí mismo queda prendado de una joven, de una joven gitana, asocial, de un grupo que siempre ha perseguido (en Disney), ¡y no puede dejar de pensar en ella! ¡Y desearla le llevará al Infierno! Al final, Frollo se ha perdido a sí mismo, porque acepta la condenación, según su credo particular, a cambio de tener a Esmeralda e incluso se dirige a María pidiendo, de un modo muy poco ortodoxo, que la mande a las llamas del averno si no se la entrega para gozar.

            Lo curioso es que luego Frollo parece regresar al que era. Sí, persigue a Esmeralda, manda a sus sicarios a buscarla, atrapando de paso a unos cuantos gitanos y parisinos que les han dado refugio y, finalmente, manipula al pseudo Quasimodo de Disney para encontrar la Corte de los Milagros. Sin embargo, que Esmeralda esté allí vine a ser una ventaja añadida; el gran éxito es encontrar el cuartel general de sus enemigos. Si Frollo fuera el hombre obsesivo que debería ser, la Corte de los Milagros sería la excusa, no el objetivo. Cierto que el magistrado hace una intentona para llevarse a Esmeralda, dándole a elegir entre hoguera y su compañía, pero resulta demasiado poco demasiado tarde, como si los guionistas se hubieran acordado de repente de que su villano está colado por la heroína.

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  (Una vez desaprovechada la oportunidad, sólo queda quemarla viva)

            La relación de Frollo con Quasimodo está aún más alejada de Hugo. El amor incondicional del campanero por el arcediano es absoluto en la novela, hasta las últimas páginas; después de todo, un joven Frollo salva al huérfano Quasimodo de ser quemado vivo por unas cuantas buenas almas, que empezaban a sospechar seriamente que era un diablo. Y aunque el trato de Frollo hacia el campanero es más bien áspero con el paso de los años, tenemos sobradas muestras de que el sacerdote y alquimista a tiempo parcial de Hugo era más bien mordaz con quien le rodeaban. Sólo cuando su pasión amorosa por Esmeralda ha minado su cordura llega a ver al campanero como un rival, a sentir celos de él y a desvincularse afectivamente de su hijo adoptivo.

            En cambio, el magistrado de Disney tiene a su cargo a Quasimodo, de muy mala gana, como penitencia por haber matado a su madre- y sin el más mínimo propósito de enmienda. Educa al jorobado como parte de la carga, no con la vocación docente que sí tiene Dom Claude. Y, sobre todo, el Frollo de Disney, de una manera menos refinada que Madre Gothel, chantajea emocionalmente a su pupilo, aterrorizándole con historias sobre lo mal que le trataría el mundo si saliera alguna vez de la catedral. Luego resulta que la gente es maravillosa y que el mundo es maravilloso y que Frollo, el muy desgraciado, sólo estaba mintiendo para mantener bajo control al campanero. Pues claro que sí, chaval.

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           (Venga, que levante la mano el que esté a favor del imbécil pelirrojo)

           La batalla final es una especie de catarsis para Frollo: tiene a mano acabar con Esmeralda y Quasimodo de una sola vez, y aquí, al fin, sí está desquiciado del todo, asaltando al frente de sus tropas la catedral, mientras el pueblo de París, muy concienciado él, decide liberar a los gitanos y enfrentarse a la tiranía del magistrado. En la novela también se produce un sitio de Nuestra Señora, pero existen al menos siete diferencias con el de la película (¡a ver si las encuentran todas!).

            Total, que Frollo, riendo a carcajadas maníacas, está apunto de decapitar a Esmeralda y a enviar a Quasimodo a un lago de plomo fundido, cuando la gárgola en la que se alza se resquebraja y es él quien cae hacia la muerte. ¡Por poco! Una vez más, el final del Frollo literario es mucho más dramático y poderoso.

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      (La sonrisa, eso sí, inspira confianza)

        Quizás la mayor diferencia entre estos dos Frollos sea la siguiente: el literario sufre, sufre terriblemente, padece, y cuanto más padece más maligno se vuelve; el Frollo de Disney pasa de ser un fanático glacial a un fanático un poco menos glacial, que ha tenido un cuelgue con una de sus víctimas habituales.

            O sea que, para Malvados profundos, no vayamos a Disney, les salen mal. Les salen mejor los Malvados encantados de serlo y que hacen que nosotros estemos encantados de que lo sean.

febrero 4, 2013

Una sombra shakesperiana

Filed under: Divagaciones — conunvasodewhisky @ 3:37 pm
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            Un buen día, la Disney puso encima de la mesa El Rey León. Fue como ese as que uno lleva esperando toda la partida y logra jugar en la última mano, llevándose el medio millón de dólares, y ganando a James Coburn y Alfred Molina, justo antes de liarse a tiros con Molina y sus secuaces (sí, se me ha colado Maverick en la cabeza, perdonen). El caso es que con esta película Disney ganó el premio gordo. Sigue siendo una de sus películas más recordadas y la ha transformado en un musical de éxito mundial. Claro que está también ese problemilla del posible plagio a Kimba, el león blanco… ¡Pura coincidencia, por supuesto!

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(¡Mentiras! ¡Mentiras y calumnias!)

            Pero yo, con El Rey León, tengo un problema mayor. No es tanto culpa suya, como de algunas críticas que leí en su día. Críticas que se empeñaron y empeñan en hacer paralelismos entre la película y Hamlet. Bueno, pues qué quieren que diga. Esa gente no sabe de lo que habla.

            No tengo ganas de sonar pedante (hoy), pero blasfemias, las justas. El rey León es una película agradable, con momentos muy bien llevados. ¡Pero no me la comparen con Hamlet! Hamlet es la más compleja tragedia del mejor dramaturgo de la Historia de la Literatura (incluyo a los griegos, empiecen a disparar). Sí, sí, sí, hay ciertos paralelismos en la trama: el rey asesinado por su hermano, el hijo que recibe el encargo de vengar a su padre, acabando con el usurpador. Vale, esa es la misma historia que el mito de Osiris, Seth y Horus, por ejemplo. Además, la tragedia de Shakespeare se basaba en una leyenda previa y había y hubo después, muchos dramas “de venganza” que encajan en ese paralelismo. Pero es que Hamlet no es un drama de venganza y lo que menos importa en ella es el Fantasma y la venganza que encarga al Príncipe. Hamlet es el centro de Hamlet. Y no vamos a comparar al inteligentísimo Príncipe de Dinamarca con el simplón de Simba. Por Dios.

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 (Dan ganas de hacerse una alfombra…)

           Si admitiésemos (no lo hago, no me excomulgue, señor Harold Bloom) a El Rey León como una versión muy, muy, muy simplificada de Hamlet y, además, sin Hamlet, Scar, entonces, sería Claudio. Pero tampoco. Ya puestos a ver sombras shakesperianas en esta película, Scar sería una versión de Ricardo III. Con la voz de Jeremy Irons. Bien.

            Ricardo III fue el villano que permitió a Shakesperae dejar atrás a su antecesor Christopher Marlowe. Tamerlán y Barrabás, dos personajes marlowianos, son los padres de Aaron (en Tito Andrónico) y del mucho más popular Ricardo. Y ver a Ricardo como inspiración de Scar me parece más acertado que al desgraciado Claudio. Scar es manipulador, traicionero y ambicioso como el Corcovado (con toda la distancia que los separa). Y tan rencoroso como él.

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            La maldad de Scar proviene de una curiosa mezcla de complejos. Un complejo de superioridad intelectual (se sabe más inteligente que los demás habitantes del reino) y de inferioridad personal ante su hermano, el rey Mufasa. Trama su muerte para acceder al trono, pero también para quitárselo de la cabeza, algo que no logra ni prohibiendo a sus súbditos que mencionen siquiera su nombre.

            Scar es uno de los villanos más astutos de Disney. Su objetivo es siempre el mismo, pero sus planes se adaptan. De hecho, la primera intentona tiene como objetivo sólo a su sobrino, a quien manipula (no es que sea muy difícil) para que se meta de cabeza en el territorio de las hienas. La aparición de Mufasa en el último momento trastoca el plan; Scar decide entonces dejarse de medias tintas y acabar con padre e hijo de un solo golpe.

            ¡Y lo consigue! Para muchos resultó una sorpresa (para algunos, muy agradable) que la estampida de ñues fuera un éxito y ese cansino de Mufasa acabara pisoteado hasta la muerte. Dejando además a Scar tirarlo por el barranco. Y aunque Simba sobrevive aquel día, escapando por poco de las hienas, se convierte en un exiliado. Claro que antes de enviar a las hienas tras él, Scar tiene una breve conversación con Simba, en la que le convence de que es responsable de la muerte de su padre. ¿Por qué hace eso Scar, teniendo en cuenta que la muerte del cachorro está ya decidida? Hasta ese momento, el villano ha actuado como un ambicioso sin escrúpulos; pero tanto en el asesinato de su hermano mayor como en esa conversación con su sobrino, Scar desvela una vena sádica. Siente un evidente placer en la muerte y el sufrimiento de aquellos que le han ensombrecido.

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            (He, he, he… So long, sucker!)

          Lo curioso es que ese momento de placer cruel es luego muy útil. Cuando Simba regresa, todos creen por un segundo ver a Mufasa resucitado y Scar siente miedo. Pero en cuanto reconoce a su sobrino, pese a la sorpresa, se hace de nuevo con las riendas de la situación. Explotando la culpa que lleva años carcomiendo a Simba, paraliza a sus posibles seguidores y acorrala a su enemigo. Lo malo es que el regodeo de último segundo le sale mal: Simba se pone como un basilisco al enterarse de quién es el verdadero culpable y hay una pelea a zarpazos bastante tonta. Luego, para rematar la jugada, Scar comete la torpeza de culpar a las hienas, sus aliadas, a fin de escurrir el bulto; estas, demostrando ser bastante ingratas con el león que las lideró en su toma del poder, lo devoran. Aquí es cuando Scar está más alejado de Ricardo. Glóster es un asesino traicionero, pero en batalla no desfallece, sino que pide un caballo tras otro para volver a la carnicería. En cualquier caso, hubiera tenido la inteligencia suficiente para darse cuenta que pasándoles el muerto a sus tropas sólo lograría debilitar su situación. No, ese fue en error impropio de un villano que, durante hora y media, era el más listo en pantalla.

            Scar, por lo que se dice en la película, no era un extraño entre las hienas. Unidos por un común odio y temor hacia el poderoso Mufasa. Si quisiera hacer una lectura sociológica de la película, que no quiero, tendría un par de lugares jugoso donde hincar los colmillos. Porque, vamos a ver: las hienas son de los malos. Invaden el reino y lo dejan hecho un erial. Sin nada que las frene, devastan todo, rompiendo el equilibrio sobre el cual Mufasa sermoneaba a su hijo. Bueno, pero en el idílico reinado de Mufasa, ¿qué era de ellas? Despreciadas, marginadas, forzadas a vivir en una tierra baldía, donde el hambre era una de esas visitas que hace cuatro años vinieron a pasar sólo un fin de semana. Scar no tiene que esforzarse mucho para ponerlas de su lado. Normal.

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(¿Quién no querría matar a ese crío?)

            Así, nuestro villano es también un demagogo populista, que promete una nueva era bajo su mandato, una vez logre el poder. Claro que a él el bienestar de las hienas le trae sin cuidado. Desde ese punto de vista, las hienas son víctimas, primero de Mufasa y luego de Scar, aunque luego dejen el próspero reino que da pena verlo. No es ninguna casualidad que Be Prepared!, la canción-arenga de Scar acabe en un desfile filo-nazi. Y, qué demonios, es una de las canciones más impresionantes de la Disney:

            Admitido esto, como rey Scar es una nulidad. Lleva a la bancarrota al reino dejando que sus hienas engullan manadas enteras, sin racionalizar los recursos. Tampoco es que parezca muy preocupado. Scar no es un estadista, es evidente. No sabemos qué tal rey hubiera sido Ricardo (personaje literario, no histórico; el Ricardo histórico es motivo de incesantes debates). Al poco de subir al trono en la obra, el pesado de Richmond (futuro Enrique VII) desembarca con un ejército y le rompe la crisma al usurpador. Pero da igual: Ricardo y Scar son mucho más divertidos en su sangriento camino hacia el trono que una vez en él.

            Así que le perdonamos su final. Y por méritos, le contamos entre los Malvados de Disney que merecen recuerdo y que serán, en efecto, recordados. Son cosas distintas. De esto, ya hablaremos.

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