Es un lugar común decir que los tres grandes temas tratados por Woody Allen en su filmografía (en sus divertidísimos artículos y relatos cortos también, pero menos) son la Muerte, el Sexo y la Religión. Sea en sus comedias, aun en las más amables, sea en sus dramas, estos tres temas asoman la patita o el cuerpo entero. Algo bastante lógico, por otra parte: son temas universales. Piensen, por un momento, en el inagotable Shakespeare y quiten sexo y muerte. Diezmaríamos su obra.
Con todo y con ello, Allen no sólo habla de Sexo, Muerte y Dios. Como satélites de estos tres grandes conceptos existen otros asuntos dignos de examinarse. Por poner ejemplos, dos de sus, para mí, obras mayores, Delitos y faltas y Match Point, examinan ideas diferentes, siendo muy similares en el esqueleto argumental. En la primera, la infidelidad del oftalmólogo interpretado por Martin Landau con el personaje de Anjelica Huston sirve para poner encima del tapete cuestiones como la culpa, el miedo al castigo, el remordimiento y el arrepentimiento (aspectos todos relacionados y todos diferentes). Por su parte, junto con el retrato de cómo una pasión sexual ardiente puede desbaratar los planes del arribista más calculador, en Match Point el rey de la función es el azar.
(claro, que a ver quién se lo reprocha al arribista)
Blue Jasmine es la película de Woody Allen que más me ha gustado en bastantes años. No es una de sus obras maestras, pero es una obra muy notable. También con un tema, la mentira. Y dentro de la mentira, sobre todo, el autoengaño. Y las consecuencias demoledoras que tiene en la vida.
Todo el mundo, pero todo el mundo, miente en esta película. Bien se mienten a sí mismos, bien mienten a los demás. O hacen las dos cosas, en ocasiones al mismo tiempo. Los únicos que no dicen una sola mentira son el simplón de Chili (Bobby Cannavale, el inolvidable Gyp Rosetti de Boardwalk Empire) y el diplomático miembro del Departamento de Estado con planes para meterse en política (no me digan que no es maravilloso). Por las bocas y mentes de los demás no hay más que mentiras y mentiras, para sí y para otros. Aunque algunos aprenden, como el exmarido de Ginger, quien se dejó seducir, se mintió a sí mismo una vez y ahora sufre las consecuencias de ese terrible momento de debilidad.
Esta película tiene una protagonista absoluta, y es Jasmine. O sea, Cate Blanchett. Una actriz menor hubiera torpedeado la película. Pero Cate Blanchett es cosa seria. Es otro lugar común decir que resulta sencillo interpretar a un loco. Interpretar bien cualquier cosa no resulta sencillo. Interpretar bien la locura es muy complicado. Blanchett lo borda. Hay una perfecta combinación de guion y actuación. Ya en la primera secuencia, en el avión, en el aeropuerto, tenemos los datos necesarios para entender con quién nos las vemos, aunque las claves para interpretar correctamente la información aún tardarán un poco en llegar. Sus monólogos, sobre todo ante los hijos de Ginger, son entre aterradores y graciosísimos: los ojos, los labios, el tono, el timbre, la vocalización, las palabras… es lo más parecido a una montaña rusa convertida en persona que he visto en una pantalla. Y además sin moverse de la silla.
“La verdad os hará libres”, dice el Evangelio de San Juan. Sin embargo, la verdad y la libertad son aterradores para esta hija adoptiva que ha logrado pasar toda su vida (hasta el momento en que la conocemos) en la elite social, en la burbuja de los privilegios. Pero esa vida de lujosa superficialidad está cimentada en mentiras y más mentiras. Cuando esas mentiras salen a la luz, derrumbándose el castillo de naipes, Jasmine tiene la oportunidad de mirar cara a cara a la vida. Sin embargo, no es capaz. Su mente se niega a contemplar el mundo, se niega a examinarse a sí misma. Ni acepta su nueva suerte, ni desea transformarla en algo diferente, en algo nuevo, quizás en algo mejor. Todos sus rabiosos soliloquios sobre cómo no soportaría convertirse en alguien mediocre, sin sustancia, sin importancia quedan en nada, porque ella es una nada. Se lanza a una carrera ciega hacia delante, con un plan vital y laboral absurdo, esperando que aparezca en su vida un asidero. Cuando era universitaria ese asidero hacia las alturas fue Hal, su marido Es interesante que Jasmine nunca jamás ha sido independiente, ni ha tenido que tomar las riendas de su vida. En muchos aspectos, su vida matrimonial es pura y dura prostitución. En la caída, tras rechazar al despreciable dentista, el doctor Flicker (Michael Stuhlbarg, otro grande en Boardwalk Empire), se lanza a los brazos del diplomático que puede ofrecerle la escalera de vuelta a las alturas, a otro chulo que le regalará joyas. O eso se dice.
Es evidente para cualquiera que examine con un minuto de frialdad el proyecto de Jasmine la ruina inevitable del mismo; está abocado al fracaso nada más nacer. El diplomático está embobado con ella y con su futuro dorado y durante un tiempo todo va bien. Jasmine es capaz hasta de ocultarle su locura. Pero aun cuando, a la puerta de la joyería donde van a comprar el anillo de compromiso, no hubiera aparecido Augie como un deux ex machina al revés, era cuestión de tiempo. En cuanto su prometido se hubiera postulado para congresista, la prensa lo hubiera descubierto. Seguramente Jasmine ni siquiera hubiera podido disfrutar de esos dos años en Viena que él le promete: ¡trabaja para el Departamento de Estado, por Dios! ¿Cómo no iba a reconocer nadie del Gobierno Federal a la esposa del gran estafador?
Pero Jasmine no piensa. El sueño de la razón produce monstruos. Aquí, la razón queda sepultada por el autoengaño. Jasmine se miente a sí misma, porque su razón no puede aceptar la realidad (lo cual la convierte en una mala aunque perseverante mentirosa). Está rota cuando la vemos por vez primera. Su lucha por mantener sus pedazos unidos está salpicada de momentos donde las grietas se hacen peligrosamente evidentes. Al final, tras el encuentro con su hijastro, cuando la última verdad que trataba de ahogar en vodka resurge (y qué excelente verdad), todo acaba. Su mente se rompe en mil pedazos. Toma la salida que ofrece la locura. La misma que el Joker, en su mejor soliloquio de La broma asesina ofrece al atormentado Comisario Gordon. Mandar a paseo recuerdos, verdad y racionalidad y abrir los brazos a la demencia.
Claro que Jasmine no está sola en la mentira. Ginger, su hermana adopotiva, culpa de manera reiterada a “los genes” por el reparto de roles que la vida les ha dado a Jasmine y a ella. Sin embrago, atrapada en un trabajo pequeño y con una vida familiar en absoluto envidiable, se miente a sí mismo. Se miente en su breve aventura con Al (¡Louis C.K!), quien la miente a ella, pero también se engaña al regresar con ese niño grande, celoso, impulsivo y violento que es Chili. ¿Quién cree que ese final lleno de risa y alegría es cierto, que ése será en verdad su futuro? Igualmente el hijastro de Jasmine, quien disfrutó durante toda su vida de la escandalosa riqueza de su padre y que, al descubrir la verdad, parece tener un momento de rabia moral contra él y sus engaños. La última charla con su madrastra, grande, deja claro que de eso, nada: le exaspera el fin de la vida de lujos, eso es lo único que echa en cara a Jasmine. Que ella, en un arrebato, haya acabado con la fiesta. Y eso, seguramente, es lo que la propia Jasmine no se puede perdonar.
No me gusta dar interpretaciones simbólicas a las obras. Me parece que s meter demasiado del espectador en el análisis y, por otro lado, convierte a películas, novelas y comics en autos morales, con el Vicio, la Virtud y el resto de la tropa declamando. Convertir a los personajes en iconos aniquila su complejidad psicológica. Con todo y con ello, creo que Blue Jasmine admite cierta visión simbólica. Esa Jasmine, sobre todo pero no ella sólo, que ha vivido a todo tren, sin que nada de ello tuviera una base firme, se parece tétricamente al Occidente contemporáneo y tal vez aún más a Europa occidental. Incapaz de encarar la realidad, incapaz de transformarse, busca una nueva mentira que le permita volver a la falsa buena vida unos pocos años. Una vez más, otra burbuja, otra mentira, hasta que también estalle. Claro que la otra opción parece ser Ginger, conformándonos con una vida miserable, pequeña, infeliz, por mucho teatro que le pongamos.
Así que quién sabe. Quizás el Joker esté en lo cierto y Jasmine llegue a la única salida posible. Aunque esperemos reírnos más, cuando nos volvamos locos.