En Carnivàle hay casi tantos momentazos como escenas. Raro es el minuto que no sea digno de mención, bien por aspectos simbólicos, estéticos, por ser reveladores de personajes o por desarrollo de la trama. Con todo, algunos se elevan incluso por encima de la altísima calidad media. Y entre ellos se cuentan, al menos, dos discursos del Hermano Justin.
Antes de continuar: si, a pesar de mis recomendaciones, no han visto aún -en versión original, por supuesto- esta espléndida (e inconclusa) serie de la HBO, dejen de leer y a ello. Porque es seguro que les arruinaría el placer de ir descubriendo algunos de sus secretos por vez primera. Si, en cambio, ya están en el grupo de sus seguidores devotos, pueden seguir, salivando como yo al rememorar estos momentos.
Justin pronuncia varios sermones/discursos a lo largo de la historia. Uno los rasgos más característicos, si no el que más, de este personaje es su voz (la grandísima voz de Clancy Brown), su capacidad oratoria, de la que da muestras prácticamente desde que nos lo encontramos en su pequeña iglesia californiana. Pero, al igual que Justin va creciendo en maldad, crece también en poder oratorio.
Tras su particular destierro, vagando por los caminos, herido por una súbita iluminación en un puente sobre un río, encerrado en un hospital psiquiátrico, donde toma mayor conciencia de sí mismo, Justin vuelve a casa. Hace una entrada calculada en la iglesia del buen reverendo Norman Balthus, interrumpiéndole y asegurándose la atención incondicional de toda la congregación.
Ahora, he buscado esta escena para poder acompañarla, pero no hay manera de encontrarla. Bien que lo siento. Tendremos que conformarnos con mis palabras.
Justin se dirige a los fieles con unas primeras palabras reconfortantes: “He viajado por el desierto y he regresado con el amor del Señor en el corazón”. Pero entonces, el tono cambia de manera súbita: El Mal existe, hermanos. Empieza aquí una etapa esencial del discurso, marcada por un astuto uso de la repetición, de la enumeración, cadenciosa, poderosa. Caminando entre su audiencia, alto como una torre sombría, Justin lee las almas y proclama impasiblemente sus pecados. Nadie se atreve a mirarle, todos están desconcertados, avergonzados, temerosos. ¡Ah, pero Justin se une a la lista! Se acusa del más grave pecado, se acusa de asesinato y cuando el público aún no se ha repuesto, aclara: En mi mente he matado a hombres, una y otra vez. Y entonces, una variación que en inglés posee una gran fuerza, que culmina esta primera etapa: I am an evil man. I am a sinner man. I am a man!
Esto es monstruosamente astuto. Ni siquiera Iris comprende qué está haciendo su hermano aún. Hasta ahora ha hundido a su auditorio, hundiéndose con él Y como buen predicador, Justin sabe que sólo tras caer hasta lo más hondo puede lograrse un ascenso vertiginoso, eufórico, acrítico. Comienza su segunda fase: Pero podemos salvarnos, hermanos. Las frases tienen ahora un sabor veteotestamentario en el más negativo sentido, tan del gusto de ciertas comunidades cristianas. Salvarnos no por la oración, ni por el estudio, ni por la discusión, ni por la caridad. Por la sangre y el fuego. Por la sangre de la expiación y el fuego de la resurrección. Podría uno pensar que Justin está siendo sólo extremadamente enfático, que habla en signos, si no fuera porque su discurso se vuelve guerrero. Justin está preparando, ya desde este momento, las legiones de seguidores que luego le aclamarán en su ciudad de Nueva Canaán.
En esta escena hay cuatro personajes más y la misma sirve de microscosmos: cada uno de ellos actúa aquí como actuará posteriormente en relación con Justin. Norman Balthus, desconcertado, asustado y, en última instancia, horrorizado ante su hijo adoptivo. Tommy Dolan, el oportunista locutor, capaz de vislumbrar el potencial que hay en Justin, pero completamente ciego ante su esencia y cuantía, ignorante de que no es sino un peón en el juego de los hermanos Crowe. La masa, hipnotizada, seducida, arrastrada. E Iris, la mujer de atrás, la colaboradora imprescindible, ¿la que mueve los hilos o un títere más, una aliada o una adversaria de Justin?
En cualquier caso, la que más se acerca a comprenderle, porque cuando Justin pide ser bautizado de nuevo, sellando así su renacimiento, es Iris quien entiende que la congregación está a punto de seguir a Justin, pero sólo a punto. Necesitan que alguien dé el primer paso, para seguirle, igual que una avalancha sigue a las primeras piedras desprendidas. Iris da ese primer paso. Es un instante crítico, y todos los actores, con el juego de miradas, cumplen a la perfección.
Por tenebrosamente grande que se haya mostrado Justin, su revelación no ha concluido. Aún cree ser la Mano Izquierda de Dios. Sin embargo, cuando indaga en el espíritu de Norman, buscando su mayor pecado para quebrantarlo anímicamente, la sorpresa se la lleva él no menos que el reverendo Balthus. Criar a Justin fue el mayor pecado de Norman. Y Justin Crowe entiende. Pide a Norman que lo mate, que acabe con su vida, antes de que sea demasiado tarde. Pero Norman es incapaz de asesinar a su hijo adoptivo. Y la Oscuridad se alza de una vez.
Es el final de la primera temporada. Los hilos de las distintas tramas se entrelazan. Las maquinaciones de la misteriosa Administración, con Samson, Lodz y Ben a guisa de piezas empiezan a fructificar. El trágico destino de Sofie avanza otro paso. Justin, desde las tinieblas, habla por primera vez a través de la radio. Y su voz se extiende, lo unifica, lo atrae todo. Ese chasquido de dedos, ese tic-tac del reloj cósmico. El Heraldo de la Oscuridad clama, usando el nombre de Dios para sus fines. Su reino de los mil años se acerca, naciendo, como predijo, de la sangre y el fuego, de la muerte y la resurrección.