Con un vaso de whisky

septiembre 4, 2020

Melancolía criminal en Oxford

Filed under: Divagaciones — conunvasodewhisky @ 10:08 am
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    El Detective Inspector Thursday suspira una bocanada de humo por entre los dientes que sujetan su pipa. Escucha un tanto amortiguada por la distancia la voz potente del Detective Sargento Strange, ordenando a los agentes de uniforme que vayan a cada puerta de cada piso del Magdalen College y pregunten a todos los estudiantes, a ver si hay suerte y alguien conocía, mientras vivía, a este estudiante en particular. El pulcro forense, el doctor DeBryn ha dado su opinión provisional, varios golpes con algún objeto contundente en la parte occipital del cráneo, aunque, por supuesto, podrá decir algo más tras la autopsia, “Digamos a las dos en punto, caballeros”. Qué mala noticia será para el Superintendente Jefe Bright, tan satisfecho con una semana entera sin un asesinato. Thursday palpa el sándwich envuelto en papel que lleva en el bolsillo del abrigo, preguntándose vagamente si, pese a ser miércoles, será de tomate y jamón. Sus ojos no se apartan del joven delgado que, con la cabeza ladeada como un pájaro, contempla la escena del crimen. Un nuevo suspiro de humo. Algo habrá visto que a los demás se les ha escapado. Se saca la pipa de la boca y medio sonríe.

    -¿Qué es, Morse?

    Cuando uno considera que ha visto una serie de siete temporadas con capítulos de noventa minutos de duración y que al no disponer de más capítulos siente cierta desazón, concluye que está ante una serie que puede recomendar sin muchas vacilaciones. Así pues, les recomiendo encarecidamente “Endeavour”.

    Basada en unas novelas del escritor Colin Dexter, que no he leído, y precuela de una serie clásica de la cadena ITV, que no he visto, “Endevaour” ha sido un gran éxito de público y crítica para esa misma cadena. Sin sacar las cosas de quicio y convertirla en una obra maestra, el éxito es merecido. Está disponible aquí en Filmin (si bien, fallo en una plataforma estupenda, los subtítulos sólo en español y no siempre muy acertados en algunos detalles).

    Desde le punto de vista formal, la serie es muy de bien. Buena fotografía, buena dirección, estupendos exteriores e interiores y vestuario cuidado, con el paso de la moda de los sesenta a la más severa de los setenta. Un poco demasiado limpio todo, quizá, incluso cuando la acción nos lleva a las partes más desafortunadas de la sociedad.

    “Endeavour” es una serie policíaca. La estructura de cada capítulo es siempre la misma. Hay una introducción, al compás de alguna pieza de música clásica (bastante ópera hay en la serie y, esto es muy de agradecer, no recuerdo que haya sonado ni una vez la demasiado socorrida aria “Nessun dorma”), en la que vemos fragmentos, piezas del puzzle que se irá resolviendo en la hora y media siguiente. Hay uno o varios asesinatos. Y hay unos detectives que investigan y resuelven el caso.

    Así dicho, estaríamos ante una clásico whodunit. Y en buena medida, así es. Cosa que me parece estupenda, porque es un subgénero que me gusta mucho y que demuestra estar en plena forma, dando aún sorpresas como la ingeniosa “Knives Out”. Los casos de “Endeavour” están bien pensados y los rompecabezas encajan casi siempre muy bien. Es cierto que, creo, comete el viejo pecado de no proporcionar casi hasta el final toda la información e, incluso, hay episodios en los que el espectador no puede en modo alguno resolver el acertijo, porque los datos le son escamoteados por completo o es imposible que los conozca. Eso es algo que me parece una pequeña estafa, pero la perdono por el placer que esta serie me ha proporcionado cada vez que he visto uno de sus capítulos. Más unos que otros, hay que admitirlo, hay algunos casos, en especial en el último episodio disponible, por ahora, que me han parecido un tanto chapuceros.

   Ahora bien, no es del todo una serie que encaje en una obra de la llamada Era Dorada de lo detectivesco británico.

   Saben ustedes que la división rígida entre el género detectivesco clásico anglosajón (aunque también los franceses tienen sus obras grandes del mismo, por ejemplo “El misterio del cuarto amarillo”, de Gaston leroux) y el género negro ha ido desapareciendo. El noir ha conquistando lo detectivesco, de modo que apenas hay ya ejemplos del whodunit puro, con el Orden roto por el Crimen y restaurado gracias al Detective, género que tenía sus obvias raíces ideológicas y sociales, compartidas o no por los autores, igual que el noir tiene las suyas. No soy capaz de señalar una obra, sea literaria, de cine o televisión, de los últimos sesenta años que no tienda más al noir que a la Época Dorada. “Endeavour” no es una excepción y eso que es de las que más se acercan.

   Si la Edad Dorada fingía que la sociedad era esencialmente correcta y el crimen la corrompía y el noir consideraba que la sociedad era insalvable de origen y el crimen una simple manifestación de esa corrupción intrínseca, “Endeavour”, digamos, sueña con lo primero mientras sus pies chapotean en lo segundo.

   Los detectives resuelven los casos, sin duda, pero no hay grandes fanfarrias tras la resolución. Ni la satisfacción cerebral de un Holmes ante un problema que ha logrado resolver, discretamente, ni la vanidad colmada de un Poirot que ha logrado demostrar de nuevo a su audiencia lo listo que es. Morse y los demás acaban cada caso un poco más sombríos que el anterior. El Oxford dorado es más una ilusión que una realidad, pasada o presente.

   He aquí lo que más me ha sorprendido de la serie, casi su marca particular: la tristeza. Es una serie británica con muy escaso humor, ni siquiera el que se usa para sobrellevar un día a día desastroso. Aun cuando Thursday, Bright, Strange o Morse repitan de cuando en cuando el tópico de buscar justicia para los muertos, poca o ninguna alegría hay en sus rostros cuando el asesino es esposado. Los muertos siguen muertos, las consecuencias de los asesinatos no desaparecen ni tampoco las causas, personales o sociales, que formaron el camino que el criminal siguió, por decisión propia o no.

   Es curioso que una serie ambientada en su mayoría en los sesenta, década casi siempre presentada como optimista y alegre, sea tan sombría. La esperanza de cambio está ahí en parte; no obstante ahí están también el racismo, el machismo, la xenofobia, el clasismo, los demagogos, con corbata o con sandalias, la hipocresía, la corrupción institucional, la brutalidad policial, el crimen organizado… Y que alguien no sea el asesino no quiere decir que no sea un tipejo repugnante. La serie, es, en ese sentido, hábil a l ahora de evitar que un personaje que es difícil que no caiga mal al espectador tenga que ser necesariamente el culpable. Que en un caso haya racistas no implica que la muerte tuviera como móvil el racismo, por ejemplo. O sí. Los guionistas tienen mano para no ser previsibles.

   La niebla gris está presente desde el primer minuto y no se levanta jamás, por muy brillantes que sean a veces los días de verano en Oxford. Niebla que está en las vidas de los protagonistas.

   Entretejidas con las escenas de los casos hay escenas de la vida privada de los protagonistas y somos testigos de su evolución. Ninguna sin altibajos y casi todas con más valles que cimas. Con la excepción quizá del doctor DeBryes, quien posee el misterioso don de la flema irónica.

   El Detective Sargento Strange tiene que elegir a qué amo sirve, si a su ambición o a su deber. El Superintendente Brigth (el gran Anton Lesser, a quien el papel le viene un tanto pequeño, pese a que hay momentos en que dice todo lo que hay que decir con un leve temblor de cejas), personaje que al principio parece no ser más que un superior cansino, crece en dignidad a costa de su prestigio profesional y de su felicidad personal.

   Endeavour Morse y Fred Thursday, los protagonistas complementarios, también son personajes tristes, cada cual a su manera. Thursday es quizá el más interesante de los dos. Podría haber sido una mera caricatura, el veterano superado por su brillante segundo, sin mucho que aportar, salvo su presencia física. Pues no. Thursday, interpretado magníficamente por Roger Allam (un político torie metepatas en “The Thick of It”, el grosero portavoz fascista en “V de Vendetta”; el hombre sabe cambiar de piel) es un tipo respetable. No es tan agudo como Morse, de acuerdo, pero no tiene un pelo de tonto. La experiencia no es un lastre en él, es una fuente de sabiduría profesional. Y es un individuo que apoya y soporta a Morse cuando nadie le soporta ni le apoya. Es valiente, leal y no falto de compasión. Su vida privada parece un oasis, al principio.

   Es inteligente por parte de la serie que este buen policía cometa actos despreciables. Porque los comete. Rompe la ley, en ocasiones. Se muestra brutal. Por inseguridad, por miedo, por frustración, por ira, cruza líneas que no deben cruzarse nunca, tanto en el trabajo como en la vida familiar, lo cual le pasa factura como ser humano y le vuelve más lúgubre, envenenando las relaciones más cercanas. Y, pese a todo, haciendo válido el aforismo según el cual somos mejores que nuestras peores acciones, no abandonamos nunca del todo el respeto y la simpatía por Thursday y esperamos que se enderece y recupere su camino.

   Algo diferente ocurre con Morse, un más que digno Shaun Evans. Inteligente, solitario, culto, melómano, brusco e inflexible, tiene mucho de arquetipo pseudoholmesiano. Para compensar todo ello, le dan muchas debilidades humanas. Un individuo desarraigado, cuando lo conocemos: antiguo estudiante de Oxford metido a policía, despreciado por sus antiguos camaradas y por los nuevos, ni de un mundo ni de otro. Por destellos de su pasado, sabemos que viene de un hogar infeliz y que su clase social inferior y su pobreza la han costado mucho en la vida íntima. Morse es un personaje profundamente triste, un fue y un será y un es cansado. Abrumado por su pasado, sin esperanzas en un amor redentor que se le muestra esquivo, se refugia en el trabajo, fracasando una vez tras otra en todo lo que no sea resolver casos. Incluso el respeto profesional con Thursday y un puñado más de policías, que deriva en amistad, se resiente en ocasiones por su implacable complejo de superioridad intelectual, que sirve de compensación para sus otros vacíos. Morse es a veces bastante inaguantable. Pero, igual que a Thursday, le tenemos estima y no se deja a la gente estimada en el agujero.

   Curiosamente, y lo digo para bien de la serie, los personajes recurrentes femeninos son mucho más luminosos que los masculinos. No es que no tengan problemas, vive Dios. Pero la señora Thursday, su hija Joan, la omnipresente periodista Frazil o la perspicaz agente Trewlove soportan las vicisitudes de sus vidas y capean los temporales bastante mejor que los hombres de la serie. Hay cierta madurez emocional en ellas que les falta a casi todo ellos.

   No teman, sin embargo, que esta serie sea un dramón. No lo es, es una serie de detectives que plantea y resuelve casos interesantes y que se ve con gusto, sabiendo siempre que, incluso si de vez en cuando los guiones desbarran un tanto (ay, séptima temporada, te estoy mirando a ti), tenemos una sólida hora y media de televisión por delante. Conscientes, eso sí, de que, por muchas pintas que pidamos en el pub tras la jornada, acaba siempre con otoñal melancolía.

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