“NI toda la gente errante anda perdida”, que escribiera el señor Bilbo Bolsón. Pero en el caso de “Los Anillos de Poder” el brillo es de hojalata y uno no sabe quién está más perdido, guionistas, actores, directores o espectadores.
ME van a permitir ser directo por una vez, tras acabar la primera temporada de la gran apuesta de Amazon: esta serie es mala. Muy mala. Appalling. Para explicar con cierto detalle todos los errores, fallos, defectos y estupideces de la misma harían falta mucho espacio y mucho tiempo y no creo que merezca la pena. Así que esto va a ser un resumen de los muchos bufidos y gruñidos que se me escaparon durante las horas malgastadas en esta supuesta Segunda Edad de la Tierra Media.
SI bien procuro mantenerme alejado de los debates de internet, me consta que ha habido dos grandes críticas a la serie y dos contracríticas contra dichas críticas. No deja de ser divertido que tanto las primeras como las segundas se esgrimieran antes de que fuera estrenado el primer capítulo de la serie, o sea, cuando ni detractores ni defensores habían visto nada. Lo cual rebaja considerablemente la fuerza de esos argumentos y la posición de los contendientes como discutidores de respeto. El hecho de que se hayan mantenido los argumentos de forma invariable luego de que se fueran emitiendo los capítulos no les da valor, sino que, en mi opinión, muestra que las facciones en pugna estaban enrocadas en sus posiciones sin remedio y para diversión, sospecho, de Mr. Bezos.
UNO de los binomios era que “Los Anillos de Poder” era otra serie que había caído en las garras de wokerismo radical de extrema izquierda bolchevique-vegana, juicio que parecía provenir de la ex Ministra del Interior británica. Por tanto, decían del lado contrario, aquellos que critiquen la serie tiene que ser unos ultramontanos reaccionarios racistas. Bien. Por un lado, me resulta bastante peculiar la noción de Amazon como baluarte del wokerismo (sea lo que sea ya esto). Por otro, si a mí me parece la mar de bien ver a un, pongamos, Lear indio, pues entenderán que un elfo negro no me quite el sueño y me alegre por el actor que se está ganando la vida.
EL otro era el enfrentamiento entre puristas y no puristas del canon tolkieniano. Aquí ya me pueden pillar un poco más. Aunque no llegue a lo severidad de mi infancia, allá en la Primera Edad, antes de que Morgoth y Ungoliant acabaran con los Árboles de Valinor, admito que soy más del lado purista. Ahora, sin llegar a afirmar que el canon no exista en el caso de Tolkien (lo cual he leído para defender la serie), tampoco me exaspera que una adaptación sea eso, una adaptación. Bien, conforme, fruncí el ceño un poco la ver que las enanas no llevaban barba y que las espadas élficas no relucían cuando los orcos merodeaban cerca. Pero ojalá sólo hubiera fruncido el ceño entonces. Y sí, parece que ha habido larga y retorcida negociación entre los abogados de Amazon y los solicitors de los herederos de Tolkien y que no todo lo que escribió el viejo profesor podía usarse. Bien. Los responsables de la serie podían usar lo que podían usar. A cambio, tenían todo el dinero del universo para usarlo.
Y les ha salido esta bazofia incomestible.
UNA serie no lenta, sino insufrible. Aburrida. Inflada. Llena de incongruencias. Sin desarrollo de personajes. Sin magia ni aventura, sin viaje ni trama. Con agujeros de guión del tamaño de las Grietas del Destino. Pretenciosa. Mal dirigida. Mal escrita. Mal interpretada. Mala.
HAY una mezcla de imitación de “Juego de Tronos” en la dispersión de las subtramas y los grupos de personajes, que aquí no funciona, con un vicio cada vez más frecuente en muchas series: el de la temporada-piloto. Si hay series que, encantadas de sí mismas, dicen ser películas de doce horas (lo cual es una soberana idiotez) hay series que, cayendo en otro error, usan su primera temporada como si fuera su piloto. En vez de introducirnos en el mundo y presentarnos los personajes y conflictos o apuntarlos de modo astuto, se estira el chicle durante ocho, nueve, diez horas, contando lo que podría haberse expuesto, con ritmo e interés, en apenas dos.
ADEMÁS, “Los Anillos de Poder” usan de espejo, más que la obra de Tolkien, la de Peter Jackson. A ratos, la serie parece un fanfiction de las películas. La trilogía original de Jackson fue una labor de adaptación bastante competente, aunque considero que un tanto sobrevalorada (en concreto, creo que “El Retorno del Rey” es una película mediocre y un espléndido ejemplo de cómo estropear una saga de fantasía épica). Entiendo que la serie, de modo quizá hasta involuntario, quiera continuar con esta versión de la Tierra Media, ya que visualmente es la que más habrá calado en no pocos millones de potenciales espectadores. Pero copian los defectos de Jackson, no sus virtudes, y dos en particular. Si Jackson abusaba de la cámara lenta para dar fuerza dramática o emocional a escenas de dolor y muerte o de reencuentro y alegría, “Los Anillos de Poder” prácticamente usan la cámara lenta para mostrar cómo hierve el agua en una tetera. Y si los guionistas de Jackson se empeñaban en imitar mal a Tolkien en sus diálogos y monólogos (ay, Samsagaz Gamyi, lo que te hacían recitar) los de la serie intentan desesperadamente escribir líneas en las que la Lírica y la Épica tienen una tórrida aventura, pero engendran frases de galletitas de la fortuna de saldo. Por todos los Valar, lo que le decía la herborista cansina a su aún más cansino hijo cuando estaba enfermo. Decir esas cosas tiene que servir para que en el futuro los servicios sociales de Gondor o Mordor, tanto da, le quiten la custodia.
LAS líneas de trama, por llamarlas de alguna manera, apenas tienen sentido ni interés. Toda la parte de los Harfoot podría haber sido un muy eficaz prólogo de una serie o película de aventuras, si no fuera tan larga. Y si no se estropeara todo al final de modo tan patético. Cuando las Señoras de las Túnicas se dan cuenta de que el barbas no es Sauron el Grande casi me da un ataque de risa. Menudas agentes de la Sombra, si no son capaces de distinguir al más importante de los servidores de Morgoth de cualquier otro Maia. ¿Y qué tiene que ver Gandalf -pues lo es, obviamente- con todo lo que está pasando? Nada durante unos cuantos siglos, con lo que no sé qué le esperará en las siguientes temporadas. Aunque al menos ha pasado de la dicción de un bebé a la de un alto funcionario británico en dos segundos.
AH, los enanos de Khazad-Dûm. Qué mal empezaron, con ese concurso de picapedreros y ese cabreo imbécil de Durin hijo con Elrond por perderse su boda. Pero, miren, sólo los diálogos del príncipe heredero con su señora esposa y su señor padre tenían cierta enjundia, cierta dignidad y los actores, algo sorprendente en esta serie, actuaban. Sin embargo, tanto la trama de los enanos como la de los elfos es morosa, tiene escaso sentido e interés y encima está ese Elrond para convertir cada segundo en un viacrucis. Qué sosería insoportable.
NO hablemos más de lo necesario de Númenor. La gran civilización humana es aquí una sucesión de escenas y diálogos vergonzantes o innecesarios o ambas cosas. Eliminen todo lo que tiene que ver con Isildur, sus amigos y su hermana y la serie nos hubiera dado algún respiro de su mediocridad. ¿Da más vergüenza ajena el númenóreano que teme que los elfos, ¡los elfos!, vayan a quitarles los puestos de trabajo o el discurso patéticamente imperialista de Pharazôn justo después? ¿Es más incoherente Pharazôn frotándose las manos ante una expedición que puede ser el inicio de una expansión militar y comercial y oponiéndose a la misma tras perder dos barcos de los tres trillones que posee la flota de la isla o la Reina Míriel ordenando a Elendil que no diga a nadie que ha quedado ciega para luego pasearse llevando sobre los ojos la venda más grande, roja y llamativa que le han encontrado?
EN favor de Númenor diré que es en su trama en la única en que la serie no mete la pata en el uso de las casualidades. Hay (ocurre en muchas obras de fantasía, es verdad) un abuso de las casualidades. Hay encuentros y eventos que ocurren sin más razón que para que la trama avance. Esto es un error. El azar existe, desde luego, pero cuando es sospechosamente oportuno una vez tras otra o hay una conspiración o un mal escritor detrás. O algún poder mayor. En el mundo de Tolkien, sin que haya una predestinación absoluta, sí hay intervenciones vamos a decir divinas o cuasi divinas de cierta sutileza. En Númenor hay el único ejemplo de la serie: la caída de pétalos blancos que lleva a Míriel a cambiar de opinión. Esto encaja con el mundo en el que se supone que estamos. Todo las demás son simplemente muestras de escritura perezosa.
YA sé que he dicho que no iba a sacar a relucir argumentos puristas pero, diablos, si de algo anda sobrado el mundo de Tolkien es de mitos y leyendas. No sé a qué viene inventarse un origen del mithril que lo convierta en una especie de Grial, con los elfos como Rey Pescador colectivo. Aunque sí lo sé. Les hacía falta una razón para la forja de algunos Anillos. Y no la tenían. Y si no la tenían es por culpa de otra tanda de errores clamorosos relacionados con la heroína y el villano de la función. Galadriel y -ayayay- Sauron.
GALADRIEL, cómo me ha dolido verte así. Una heroína que podría haber sido magnífica porque lo tiene todo ya. Valiente y hábil guerrera, estratega inteligente, alta diplomática, señora entre los señores de los elfos. Galadriel está en danza desde antes de que los Noldor llegasen a la Tierra Media. ¿Aquí? La presentan como una adolescente en berrinche perpetuo, sin dos dedos de frente a la que todo el mundo le dice lo que tiene que hacer. Y ella obedece o mete la pata o las dos cosas. Si piensa por sí misma, mal. Si obedece, mal también. ¿Qué completa idiotez es esa de que Galadriel salte por la borda del barco en medio del océano a lo que debería haber sido una muerte segura? Por todos los santos, que no suba al barco o baje aún en los Puertos Grises. Ante la corte de Númenor la más vieja e inteligente de los elfos se comporta como una chiquilla y necesita que un humano de tres al cuarto (o eso es lo que era el personaje entonces) le coja la manita y le explique cómo hablar a una reina. Frente a Adar, Espartaco de los orcos, Galadriel muestra una activa apetencia por el genocidio y el sadismo que intuyo es el muy sutil intento de los guionistas de mostrar cómo el Mal puede entrar a través del Odio en cualquier alma y de repente esto es el universo del George Lucas más burdo y todos los espectadores parpadeamos durante diez minutos. Sospecho que la pobre Morfydd Clark es mejor actriz de lo que parece aquí pero simplemente no sabe qué hacer con este desastre de personaje que le han dado. Si hasta sabotean sus intervenciones en «El Señor de los Anillos»: su gran monólogo es ahora una mera reptición de las palabras de Sauron.
PERO aún mayor ha sido el dolor de ver a este Sauron, uno de mis malvados preferidos desde que tengo memoria. Tras mucho tiempo resistiéndome a aceptar que el cretino de Halbrand sería el Señor Oscuro disfrazado, ha tenido que ser él. Y una vez que sabemos que Halbrand es Sauron, la serie tiene menos sentido aún.
LO más parecido que había al inicio de la temporada a una especie de trama era la caza obsesiva de Sauron por parte de Galadriel. Ni esto me encajaba con Galadriel ni el motivo (una venganza personal) me convenció por un segundo; pero lo acepté porque alguna historia tenían que contar. En otra muestra de la incongruencia típica de “Los Anillos de Poder” esta trama se dejó de lado pronto y porque sí. Así que nos quedamos sin trama alguna principal. Lo que no deja de ser irónico si tenemos en cuenta que la serie parece que ha decidido contar dos de las grandes historias de la Segunda Edad para las que hay un argumento ya escrito: la forja de los Anillos de Poder y la caída de Númenor.
SI la serie hubiera querido inventarse historias de la Segunda Edad me hubiera parecido perfecto. Si la serie hubiera querido hacer variaciones inteligentes de las historias de Tolkien me hubiera parecido perfecto. Lo que ya no me parece tan perfecto es que abandone dos historias bien armadas en favor de absolutamente nada.
DETRÁS de estas dos historias, la de los Anillos y la de Númenor, hay un poder urdiendo, Sauron. Sauron, tras la caída de su señor, Morgoth, y un momento de arrepentimiento, no se presenta en Valinor, por vergüenza, y se queda en la Tierra Media, empeñado en ser él ahora el amo del mundo. La forja de los Anillos se debe a Sauron, disfrazado de un tipo con carisma y habilidad, Annatar, manipulando a los elfos y sus deseos de creación y belleza. Es con su ayuda e instrucción que los elfos aprenden a forjar los Grandes Anillos, que no son cualquier cosa. Y esos Grandes Anillos tienen un objetivo en la mente de Sauron, servirle para dominar a los pueblos de aquellos que los lleven puestos, grandes señores de los Hombres, los Enanos y los Elfos, al forjar él, en secreto, por su cuenta, el Anillo Único. Igual esto les suena. Pues bien, en la serie se apunta que Sauron estaba tratando de forjar algún artefacto en el Norte, pero fracasó vilmente, pese a los muchos orcos que usó en sus experimentos. Una vez en la forja de Celebrimbor, lo que Sauron hace es explicar al mayor herrero y artesano de los elfos lo que es una aleación. Y luego se va, sin participar más. Fin de esta parte de la trama, parece. Los elfos forjan sus tres Anillos cuyo objetivo es evitar que los suyos mueran de una variante de covid de la Tierra Media, pero no hay ni mención a otros Anillos, menores o mayores. Toda la trama de los Anillos de Poder queda reducida a un par de escenas en el último capítulo, como si de repente los guionistas hubieran recordado el título de la obra. Igual es que escucharon a quien cantaba el poema de los Anillos de Poder en los títulos finales (quizá cantar sea un verbo demasiado generoso) y hubo una rescritura rápida llena de pánico. ¿Dónde están aquí el plan de Sauron? ¿Dónde están los temas de la creación, la belleza, la ambición, el ansia de dominio?
LA Caída de Númenor quizá se trate en posteriores temporadas, así que no voy a decir más. Pero el Sauron que nos han presentado aquí no es un conspirador sagaz, calculador, egomaníaco y terrorífico, sino un oportunista un tanto patético que podría estar vendiendo perritos calientes mientras grita “Y Voy A La Ruina”.
PORQUE si Halbrand es Sauron, ¿qué hace en medio del océano en los retos de un naufragio? ¿Iba a Valinor, donde había sido convocado? ¿Quién o qué causaron ese naufragio entonces, el bicho marino? ¿De verdad? ¿Y quiénes eran sus compañeros, a los que sacrifica? ¿Humanos servidores de Morgoth? ¿Espíritus menores? La serie, con sus pistas falsas, dedica bastante tiempo al misterio del sello o símbolo de Sauron, concluyendo Galadriel que en realidad es un mapa, un mapa que se nos muestra es del futuro Mordor (aaaaah, el momento en que se escribe “Mordor” en la pantalla; eso es elegancia, eh). Entonces, ¿Sauron trazó ese mapa para avisar a sus servidores y convocarlos en Mordor? ¿Es algo previo a la traición de Adar y por eso son los orcos rebeldes los que están allí? ¿Quiere realmente Sauron permanecer en Númenor y dedicarse a forjar espadas y apalear ciudadanos, como si estuviera en su Erasmus particular? ¿Ya no pretende ser el Amo? ¿Está manipulando a Galadriel, como algunos defienden, para ir con un ejército de humanos, darle una paliza al insolente de Adar y recuperar la primacía? Si es así, ¿para qué va a Lindon? Es verdad que está herido, pero, demontres, se supone que aun con apariencia de humano sigue siendo un Maia y hace falta bastante más que una lanzada para dejarlo fuera de combate. Y si no es así, ¿para qué ir a la Tierra Media? ¿Es que de verdad le hace tilín Galadriel y todo ese diálogo en la mente de la elfa no es una mentira y una burla final? La serie está tan mal escrita que es difícil saber qué es un simple agujero y qué es el guión intentando ser astuto y fracasando.
VAMOS a dejarlo. Si esta serie demuestra algo es que todo el dinero del mundo no puede comprar el arte, la magia, la maravilla, la emoción, la aventura. No logra que nos levantemos de nuestros asientos deseando salir por la puerta a recorrer el Camino que sigue y sigue ni que nos inclinemos sobre un mapa planeando cómo mover nuestras legiones para dominar a los insolentes Pueblos Libres. Todo ese dinero es impotente. Lo cual, quizá, quiera decir que esta serie de algún modo sí sea del agrado de J. R. R. Tolkien.