Con un vaso de whisky

enero 19, 2014

Silencio de azogue

Filed under: Divagaciones — conunvasodewhisky @ 4:03 pm
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            Si Tiempo de silencio lo hubiera escrito un autor anglosajón (un anglófilo escribe), estaría en el Canon de la novela, al menos, del siglo XX. Si hubiera sido escrito por un francés, un alemán, un ruso, un italiano, tal vez también. Sería, desde luego, apreciado y admirado en Europa y puede que en otros continentes. Pero Luis Martín-Santos era español y encima murió joven, en un accidente de tráfico.

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            La obra no es despreciada, desde luego. La crítica se inclina, con respeto, ante ella. Pero no es todo lo conocida que debiera. Así que, desde este humilde rincón, quiero ayudar a reparar una injusticia. Porque Tiempo de silencio es uno de los libros que más me han impresionado en los últimos años. No tenía una sensación tan aguda de estar leyendo una obra mayor desde que fui absorbido por esa novela tenebrosamente soberana, Meridiano de sangre.

            No teman, no voy a destriparles el argumento. Podría decirse que lo hay, pero no existe una trama como tal. No hay una clara introducción, nudo y desenlace. No hay unos personajes que se muevan de un sitio a otro, que vivan aventuras, no hay giros inesperados, ni sagas familiares. No. Todo es sordo, callado. Pareciera que la vida se ha puesto zapatillas de felpa y camina de puntillas en este Madrid de finales de 1940. A primera vista podría decirse que la hay trama y bien tonta, una historia de chico conoce a chica. Pero eso es no enterarse de nada.

            Pedro, el joven investigador al que vemos en un laboratorio en las primeras páginas y dejamos en un tren en las últimas podría ser el protagonista, salvo que no lo es. Pedro no es protagonista de nada, ni siquiera de su propia vida. El protagonista, si lo hay, es el silencio del título, ese silencio terrible, sutil, azogado. Ese silencio que es el soberano en esa tierra de hambre, de ignorancia, de mediocridad, de tedio. Pedro, si es que inspira algo, es una mezcla de lástima, desdén e incomodidad, científico mediocre sin voluntad, tan indefenso ante la vida como los ratones que él mismo disecciona y estudia.

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            Sin embargo, Pedro es útil como hilo conductor en las diferentes escenas, que se desenvuelven delante del lector. Y en ellas se observan las tres grandes virtudes de la novela, en orden creciente: la galería de personajes, la ironía y la forma.

            Que Pedro sea tan soso y tan poca cosa no sirve para que los demás personajes sean grandes, pero sí más grotescos. Cartucho, Amador, el Muecas y su familia de las chabolas, el trío femenino de la pensión, con esa formidable abuela maquinadora (quizás la mente más astuta de todo el libro), esa madre necia y esa nieta inocente y seductora al tiempo, doña Luisa y sus prostitutas, Matías… Todos ellos resultan seres grotescos, que encajarían a la perfección en uno de los feroces esperpentos de valle-Inclán.

            Porque la ironía de Martín-Santos observa a Madrid y a sus habitantes y sólo encuentra seres deformes, desde los lugares más bajos a los más altos. Con una diferencia grave. En el viaje al submundo de las chabolas la ironía se hace amarga, casi trágica. La escena más cruda tiene lugar en la choza miserable del Muecas. En cambio, en las escenas de la noche y de las clases altas, la ironía, igual de feroz, es más satírica. Es un placer burlón recorrer la noche con Pedro y Matías, su amigo rico, por los bares y antros, cada vez más borrachos, atendiendo a sus tertulias vacías de pseudo intelectuales entre humo y alcohol. La conferencia del gran profesor erudito y la subsiguiente velada en casa de Matías se merecen estar en una antología de humor negro, igual que la visita nocturna de Matías y Pedro a casa del joven pintor alemán. Lo más sombrío es que, cuanto más sarcástica es la descripción, más vívida y verosímil resulta. Martín-Santos (un eminente psiquiatra) algo debía de saber sobre la noche, las conferencias y las fiestas de la jet set supuestamente culta.

            Por último y sobre todo, el estilo. Trato de buscar un parecido y no encuentro uno pleno. Mientras leía, a ratos me recordaba a MacCarthy, a ratos a Michon, a ratos a Faulkner. No uso esos nombres a la ligera. El léxico de Martín-Santos, resulta, en ocasiones, agobiante, pero es que un cierto agobio, una cierta desazón, es lo que provoca este libro. Salta de manera espléndida de un diálogo zumbón a un monólogo interior magistral que desnuda hasta la médula a una de sus criaturas o a varias, al mismo tiempo que la acción avanza, sin que nos hayamos dado cuenta. O a una fina reflexión, que nunca tengo clara si es del autor o de un personaje. Porque esa breve y brillante meditación sobre don Quijote no puede ser de Pedro, no es tan sutil. Ni tampoco esa especie de oración meditación ante el Gran Cabrón de Goya.

GOYA El_Aquelarre_(1797-1798)

            El estilo de Martín-Santos, repleto de tecnicismos cuando quiere, recargado y oscuro a menudo, simplicísimo a continuación, culto o vulgar según la mente que piense, resulta complicado para el lector al principio. Pero una vez te zambulles en el torrente, eres arrastrado, mientras tratas de fijarte bien, porque en cada meandro hay una auténtica joya.

            Los placeres de este libro son variados, pero todos ellos literarios. Quiero decir que pocas veces he leído un libro y he pensado, imposible adaptarlo y que salga algo bueno. Éste es uno de esos pocos casos. Sé que hay una película de Vicente Aranda. No tengo gana alguna de verla. No porque tema que no sea igual o fiel al libro. Sino porque sospecho que se quedará con la superficie, con lo que ocurre, cuando, en realidad, importa el cómo está contado. Muy difícil veo que momentos como el monólogo en la celda, la escena de la feria, la conversación con el director del hospital o esas estremecedoras páginas finales puedan ser narradas usando las herramientas del cine, que son muy distintas a las de la novela.

            Me callo. Léanla. Y si al leerla se estremecen un poco, entre la risa y la tristeza, no les extrañe. Hay motivos.

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