Con un vaso de whisky

May 31, 2011

V. Donde se desayuna magníficamente, lo cual no es poco

Filed under: Relatos — conunvasodewhisky @ 9:34 pm
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           LOS ÁRBOLES DEL VOSQUE PARECEN INFINITOS, INABARCABLES, INDESTRUCTIBLES. Seres impasibles, que no deben someterse a ninguna otra fuerza, principado ni potestad. Y, sin embargo, también ellos acaban. Hay tierras sobre las cuales no tienen señorío. En algún lugar de la vasta frontera del Vosque existe una explanada inmensa. Ningún reino la reclama como propia. Los cartógrafos la denominan tierra de nadie en sus mapas. Los ejércitos jamás han chocado en ella, ni los bandoleros la han atravesado huyendo, ni los emigrantes han gemido bajo el sol y el viento sobre ella. No tiene valor, ni conduce a ninguna parte. Por algún capricho de la geografía y de la historia, limita con regiones desoladas de distintos dominios. Ningún súbdito de ninguno de esos reinos, jamás, acudiría a semejantes parajes.

            Pero si alguien, humano, elfo, gnomo o bestia, hubiera dejado el Vosque para entrar en ese lugar, hubiera sido testigo de un extraordinario espectáculo. A varias docenas de metros de la muralla de árboles, estaba dispuesta una mesa. Un mantel impecable, servilletas a juego, un servicio completo de cubertería, bandejas con tostadas de mantequilla, cuencos con mermeladas diversas, botellas de jerez y oporto… Y tres comensales. Ese alguien anónimo, de haber sabido el significado de la palabra, sólo habría podido calificar el cuadro de un modo: eduardiano.

            – Ha sido una imprudencia, Dmitri, una imprudencia.- decía uno de los comensales, un robusto caballero de encrespada melena blanca, rostro rubicundo, que por todo alimento bebía copa tras copa de jerez y daba furiosas chupadas a una pipa tan elegante como vacía.

            – Me temo que debo estar de acuerdo con el señor Muffat.- asintió una dama espigada, de faz triangular, quien comía con gran cuidado una rebanada de pan tostado sobre la que se acumulaban estratos de mermeladas multicolores; lograrlo sin pringarse las mangas de su vestido era una hazaña digna de una epopeya.

            El tercer comensal no replicó hasta hacer justicia a un plato de huevos revueltos con huevos escalfados. Dejó entonces a un lado los cubiertos, se sirvió un poco de café, bebió unos sorbos y suspiró con satisfacción.

            – Una imprudencia, como ha señalado Eugenia.- insistió el señor Muffat; luego, por si acaso no había dejado clara su postura, remachó- Un imprudencia.

            – Admito, señor Muffat, señora Biber, que fue un plan un tanto severo. Ahora, ¿qué otra cosa podía hacer? Era necesario que la señorita Scarlatti participase. Y voluntariamente no iba a hacerlo.

            – De acuerdo, pero ¡denunciarla a los druidas!- Muffat vació su copa de golpe y la señora Biber mordió significativamente su tostada.

            – Nunca la denuncié a los druidas. Los árboles- Balakirev señaló con su taza la lejana hilera marrón y verde- se ocuparon de ello.

            – Está bien, Los cielos le libren de usar métodos tan directos, Dmitri. Nos ha entendido de sobra, sin embargo.

            – Cierto. Lo que no me han acabado de explicar es qué hubieran hecho ustedes en mi lugar.

            – No se irrite, estimado amigo.- intervino, apaciguadora, Biber- No le negamos la inteligencia a su jugada. Sólo nos parece arriesgada en exceso.

            – Una condenada imprudencia.

            Balakirev terminó su café y extrajo de su chaqueta un largo cigarro. Cortó la punta con una guillotina de bolsillo. Lo dejó reposar en la mesa y juntó las yemas de sus dedos.

            – Existía un riesgo, lo admito. El resultado ha sido, pese a ello, favorable. Scarlatti está en el Vosque, no fuera de él. Tiene en su contra dos de los poderes más temibles de ese reino, los druidas y las ratas. No podrá escapar discretamente, como era su intención. Sólo le queda una alternativa: encontrar el modo de librarse de sus perseguidores. Eso la coloca en la posición que nosotros deseábamos. ¿Hubiese sido mejor que ella se hubiera colocado en una tal posición de forma voluntaria? ¡Por supuesto! Pero no iba a suceder.

            Biber había dado cuenta de su tostada; encaraba el reto, muy inferior, de juntar en las proporciones correctas el té, la leche y el azúcar

            – Sigo pensando que los druidas fueron excesivos. ¡Trataron de ejecutarla, cielo santo!

            – Fracasaron.

            Muffat observó con suspicacia a Balakirev, bajo su fruncido ceño.

            – ¿Lo tenía calculado? ¿Lo arregló usted?

            – ¿Lo del cerdílope? No, no, no, en absoluto. ¿Haría el favor de darme fuego? Gracias No.- Dmitri Vladimorivich exhaló una bocanada de humo- No arreglé nada. Chiara se salvó por sus propios medios.

            – Pues lo que he estado diciendo: una maldita…

            – Imprudencia, sí. Por favor, piensen un momento. Saben tan bien como yo que si hubiera planificado su rescate ella se hubiera dado cuenta. Es una de los nuestros, al fin y al cabo. La elegimos.

            – Tal vez no fue una decisión muy acertada.- comentó Biber.

            – Puede. El caso es que si queríamos que ella entrara en el juego, debíamos hacerlo de modo que ella pensara que lo que en realidad planeábamos era matarla. Manipularla de otro modo hubiera resultado evidente. ¿Riesgo? Sí, pero riesgo necesario.

            – Es posible que se haya dado cuenta.

            – Es posible. O que lo haga cuando tenga tiempo para reflexionar. Afortunadamente,- sonrió Balakirev- ése es un lujo muy escaso en el Vosque.

            – Aún así, siendo sólo cuatro… arriesgarnos a perder a una del grupo…

            – Tiene razón, Johann. Aunque no es culpa mía que sólo seamos cuatro, ¿verdad? No fue idea mía dividirnos en parejas, en cierta ocasión, como sin duda recuerdan. No, más bien voté en contra. Les advertí que la tentación de eliminar a la propia pareja sería demasiado fuerte. Así que no se quejen si ahora sólo quedamos cuatro.

            – No hace falta hurgar en la herida.- dijo tranquilamente Biber.

            Dmitri hizo un gesto de aquiescencia. Todos callaron. En la desolada llanura no había otro sonido que el viento siseando hacia los árboles. Muffat se pasó la mano por los cabellos, retomando la conversación.

            – Entonces, por lo que nos ha dicho, todos los requisitos están cumplidos. Podemos comenzar.

            – ¿Han seleccionado facción?- se interesó la señora Biber- Hay mucho revuelo, con ese asunto de los asesinatos.

            – Siempre hay revuelo. En todas las partidas en que hemos participado había revuelo, en mayor o menor medida.

            -Por cierto, Dmitri, una pequeña duda? ¿Qué ofreció a las ratas?

            – Secreto profesional, señora mía. Nos libré de ciertos excedentes.

            – Oh, eso.- Biber hizo un gesto de desagrado- Un tanto cruel, ¿no cree?

            – Algo había que hacer con ellos. Pagué por adelantado. Las ratas tienen poderosas razones para no cejar en su caza.

            – Supongo que no nos volveremos a ver en bastante tiempo.- dijo Muffat.

            – Salvo que necesitemos someternos a algún arbitraje. Es una posibilidad remota, ¿no cree usted, Dmitri?

            – Dudosa, sí. Conocemos bien las reglas. Claro que no cabe descartarla.

            – Terminemos de desayunar. Dudo mucho que haya un oporto como éste allá dentro.

            Muffat y Biber se sirvieron una nueva ronda. Charlaron de los viejos tiempos. Dmitri se limitó a escuchar. De otro bolsillo sacó un pequeño ejemplar de la magnífica Prosaica introducción a la vida y milagros de la abundantemente variada fauna voscosa, obra del célebre trotamundos Al-Moha Ranshak Sheik-Hum. Abrió por donde había interrumpido su lectura. De tanto en tanto lanzaba miradas risueñas a los orgullosos árboles, al Reino del Vosque, tan convencido de su fortaleza, un complejo ser cuyas partes podían devorarse entre sí sin que la unidad y la supervivencia del todo se pusieran en entredicho.

            Dmitri Vladimorivich sonreía. Sus dedos índice y corazón sostenían el puro en un ángulo un tanto indolente. Una columna de humo surgía de él, serpenteante. El viento arrastraba el humo y la ceniza, hacia esos árboles, hacia ese Vosque. Si nuestro espectador inexistente hubiese tenido ojos capaces de ver, habría contemplado mil rostros, mil ciudades, mil nombres retorciéndose en el gris, espectral, inaprensible humo.

May 24, 2011

IV. Senderos con intersección en punto indeterminado

Filed under: Relatos — conunvasodewhisky @ 11:44 am
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Basado en El Vosque, por Morán y Laurielle        

    DRUSILIA HIEDRAJABONOSA SE BALANCEABA en el tomentoso océano de la desolación, incapaz, por el momento, de mostrarse impasible ante el piélago de calamidades de la caprichosa Fortuna que la bombardeaba no sólo con dardos, sino con rocas, vacas y cualquier objeto contundente que tuviera a mano. ¡Había fracasado! ¡Una antinatural, una prisionera, una miserable designada por sus hermanos para la conciliación sumaria se le había escurrido de entre las manos! Ni siquiera le quedaba el consuelo de castigar debidamente a sus inútiles subalternos. Miró a las manchas sanguinolentas en que se habían convertido con no poca irritación.

            Por otro lado (esta ola amenazaba con ahogarla), ¿era en verdad la fugitiva una antinatural? ¿Merecía su sentencia? Había sido rescatada por un cerdílope monstruoso. Lo había visto con sus propios ojos. Por el Vosque circulaban leyendas de grandes animales, criaturas gigantescas, encarnaciones del espíritu natural, de la misma esencia de la Madre Naturaleza. ¿Era el caso? ¿Había sido un emisario de la Madre quien había pasado galopando alegremente ante ella? ¡Considérense las implicaciones! ¡Dejarían atónitas a tres cátedras académicas una detrás de otra!

            Sin embargo, el incendio había sido causado por fuegos antinaturales. Hecho. La había encontrado rodeada de cenizas mágicas. Hecho. Los árboles la habían señalado culpable. Hecho. ¿El cerdílope? ¿Acaso existía un truco más simple? ¿Qué dificultad tendría una vil hechicera para encantar a un inocente bicho, convirtiéndolo en su herramienta de destrucción, confusión, tocata y fuga?

            Drusilia se incorporó del tocón. Una fría luz relampagueaba en sus ojos. El mar era ahora una bala de aceite. Ninguna duda molestaba aquella mente. Encontraría a la culpable. Caería sobre ella todo el peso de la Naturaleza. Y no es un peso del cual pueda uno reírse. Ni a la ligera ni de ninguna forma.

 

           EN OTRO PUNTO DEL VOSQUE, Chiara Scarlatti peleaba contra una masa de agua nada metafórica. Harta de cerrar los ojos para no lastimárselos, tanto como de ser zarandeada por un cerdílope de tamaño mastodóntico que ni siquiera era consciente de su existencia, la joven había mirado a su alrededor, divisado un lago aceptable, calculado sus probabilidades de caer en el mismo, encontrádolas aceptables y materializado la hazaña acrobática.

            Chapoteando hasta la orilla, maldijo por orden de agravio, a los lagos, cerdílopes árboles, druidas y Dmitris Valdimirovichs Balakirevs del mundo entero. Se sacudió como un perro mojado. La gargantilla se le clavaba en el cuello. Tironeó de ella, rabiosa, logrando aumentar el dolor y, por ende, la rabia. Con un esfuerzo que dejaba en calzoncillos su salto mortal de hacía unos instantes, Scarlatti respiró rítmicamente hasta tranquilizarse casi por completo. Examinó su posición.

            No podía quedarse en la orilla del lago. En no mucho tiempo anochecería, la poca luz que se filtraba entre las hojas sería un bello recuerdo y las criaturas nocturnas voscosas, menos amigables aún que las diurnas, comenzarían su jornada. Por otro lado, aunque había escapado de los druidas (y, por consiguiente, del plan de Dmitri para liquidarla; “¡Ja! ¡Chúpatela!”), Chiara conocía lo suficiente a la hermandad de Naturales para sentirse a salvo. De Dmitri, mejor ni pensarlo.

            Así pues, se encontraba sola, sin aliados ni amigos, en medio del Vosque, perseguida por unos cazadores fanáticos e incapacitada para usar con libertad sus habilidades. ¡Un panorama magnífico! Al menos, el primer paso que debía dar era evidente: librarse de la gargantilla. Para eso necesitaba un herrero especializado. Sospechaba que en los alrededores sólo una familia de herreros estaba capacitada para un tal trabajo. Algo era algo. Hora de ponerse en marcha,

 

            DOS RATAS DE PELO NEGRO, grisáceo por quemaduras leves, observaban a la joven. La primera se alejó a saltitos a informar a la madriguera. Las segunda correteó tras Chiara, sin perderla de vista ni un instante.

            Las ratas del Vosque son malvadas y razonables. Si algún insensato perpetra un exterminio en masa contra su comunidad, se lo harán pagar. Sin considerar la legítima defensa ni como eximente ni como atenuante. Lo perseguirán, implacables, hasta devolverle el favor. No por rencor, no por venganza. Por cálculo. Dejar indemne a semejante individuo sentaría un pésimo precedente. Hay que mantener la reputación ante el resto de especies.

May 20, 2011

El artículo 21 y la Puerta del Sol

Filed under: Divagaciones — conunvasodewhisky @ 11:51 am
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            NO ES INTENCIÓN de este escrito examinar ni las raíces ni las consecuencias del ahora llamado movimiento del 15 de Mayo. No intenta realizar una análisis sociológico, político (en ninguna de las acepciones del término), ni, mucho menos, electoral. Pretende tan solo examinar, siquiera brevemente, ciertos aspectos jurídicos relacionados con las concentraciones que estos días se han producido en Madrid y en otras ciudades. Jurídicamente, lo repito. Del mismo modo, mis opiniones particulares sobre dicho movimiento y las respuestas que el mismo está provocando, favorables y adversas, quedan fuera de su objeto, por irrelevantes, sean las que sean.

            El primer punto que debemos plantear (no resolver) es si estas concentraciones se encuentran dentro de la legalidad.

            En cuanto al primer punto. He visto en varios carteles de los acampados citar el artículo 21 de la Constitución de 1978. Siendo estrictos, se cita su apartado primero, que dispone: Se reconoce el derecho de reunión pacífica y sin armas. El ejercicio de este derecho no necesitará autorización previa.

            Esto es indiscutible: ninguna reunión de las previstas en dicho artículo precisará en ningún caso autorización de los poderes públicos. Lo repite asimismo el artículo 3.1 de la Ley Orgánica 9/83. Ahora bien, este mismo artículo 21 consta de un segundo apartado, el cual establece: En los casos de reuniones en lugares de tránsito público y manifestaciones se dará comunicación previa a la autoridad, que solo podrá prohibirlas cuando existan razones fundadas de alteración del orden público, con peligro para personas o bienes.

            Aun cuando no existe una definición legal concreta de “reunión en lugar de tránsito público” ni de “manifestación” suele atribuirse a ésta última el carácter de una reunión en lugar de tránsito público en movimiento, no estática. Ciertamente, a las concentraciones de Madrid y otras ciudades se las puede calificar como de “reuniones en lugar de tránsito público”.

            La Ley Orgánica 9/83, reguladora del Derecho de Reunión, ya citada, circunscribe, en sus artículos primero y segundo, su ámbito objetivo. El artículo 1 dice así:

            1. El Derecho de Reunión pacífica y sin armas, reconocido en el artículo 21 de la Constitución, se ejercerá conforme a lo dispuesto en la presente Ley Orgánica.

            2. A los efectos de la presente Ley, se entiende por reunión la concurrencia concertada y temporal de más de 20 personas, con finalidad determinada.

            3. Son reuniones ilícitas las así tipificadas por las Leyes Penales.

            En su artículo 2, al que me remito, lista los supuestos en que el ejercicio del derecho de reunión no está sometido a la L.O. 9/83. Las concentraciones estudiadas se encuentran dentro del ámbito de aplicación de esta normativa.

            El derecho de reunión se extiende, subjetivamente, tanto a los ciudadanos españoles como a los extranjeros. Desconozco en detalle la composición de los concentrados, pero, en cualquier caso, no puede ser ésta motivo para prohibir o rechazar las concentraciones. Ahora bien, ningún derecho reconocido en nuestra Constitución es ilimitado. Esto ha sido repetido por la jurisprudencia del Tribunal Constitucional. El derecho de reunión tiene, por tanto, también sus límites.

            El tenor literal del artículo señala los límites más importantes: la reunión ha de ser pacífica y sin armas. Además, debe ser lícita. Veamos.

            El artículo 5 de la L.O. 9/83 señala:

            La autoridad gubernativa suspenderá y, en su caso, procederá a disolver las reuniones y manifestaciones en los siguientes supuestos:

  1. a.      Cuando se consideren ilícitas de conformidad con las Leyes Penales.
  2. b.      Cuando se produzcan alteraciones del orden público, con peligro para personas o bienes.
  3. c.       Cuando se hiciere uso de uniformes paramilitares por los asistentes.

            Tales resoluciones se comunicarán previamente a los concurrentes en la forma legalmente prevista.

            La ilicitud penal de una reunión o manifestación obliga a una remisión a los artículos 513 y siguientes del Código Penal. El primero de dichos preceptos establece:

            Son punibles las reuniones o manifestaciones ilícitas, y tienen tal consideración:

  1.       Las que se celebren con el fin de cometer algún delito.
  2.     Aquéllas a las que concurran personas con armas, artefactos explosivos u objetos contundentes o de cualquier otro modo peligroso.

            Vemos cierto solapamiento entre las normas, por otro lado razonable. El Tribunal Constitucional y la doctrina han establecido que una reunión o manifestación no puede calificarse de pacífica si tiene fines violentos, si se cometen actos de violencia durante su desarrollo, cualesquiera que fueran sus fines, o si tiene como propósito o en la misma se produce la defensa o la apología de acciones violentas. Debiendo tenerse en cuenta la jurisprudencia que existe en torno a la apología y la libertad de expresión garantizada en el artículo 20 de la Constitución, así como el artículo 18.1, párrafo segundo, del Código Penal.[1]

            Tanto en lo referente al examen del requisito de no violencia como de la no posesión de armas, el Constitucional aplica el principio de proporcionalidad entre el hecho cometido y la sanción del ordenamiento jurídico. Así, por ejemplo, que entre miles de personas una o dos lleven armas no sería suficiente, sin otros elementos, para disolver una manifestación.

            Por último, se requiere también que una reunión no altere el orden público, con peligro para personas o bienes. Se sigue una interpretación restringida de este requisito. Cierta alteración del orden, puede argumentarse, existe con cualquier manifestación, aun la más pacífica. El Constitucional exige que la autoridad gubernativa tenga razones fundadas, datos objetivos suficientes del peligro para personas o bienes, no bastando las meras sospechas.

 

            POR EL MOMENTO, y hasta mi conocimiento, las concentraciones han cumplido estos requisitos. Sin embargo, el artículo 21.2 C.E. impone, como hemos visto, un requisito adicional: la comunicación previa a la autoridad. No es una solicitud de autorización, sino una puesta en conocimiento.

            Este requisito está desarrollado en los artículos 8 a 11 de la L.O. 9/83 que, ya lo hemos establecido, es de aplicación a las concentraciones del movimiento 15 de Mayo. El artículo 9 destalla el contenido de tal comunicación. El artículo 10, la posibilidad bien de prohibición de la reunión o manifestación por la autoridad, bien la propuesta de cambio de fecha, lugar, duración o itinerario. El artículo 11, el recurso contencioso-administrativo, ante la Audiencia correspondiente, frente a dicha prohibición o modificación. Y el artículo 8, que ahora examinaremos, el plazo para presentar esa comunicación.

            Dice el artículo 8:

            La celebración de reuniones en lugares de tránsito público y de manifestaciones deberán ser comunicadas por escrito a la autoridad gubernativa correspondiente por los organizadores o promotores de aquéllas, con una antelación de diez días naturales, como mínimo y treinta como máximo. Si se tratare de personas jurídicas la comunicación deberá hacerse por su representante.

            Cuando existan causas extraordinarias y graves que justifiquen la urgencia de convocatoria y celebración de reuniones en lugares de tránsito público o manifestaciones, la comunicación, a que hace referencia el párrafo anterior, podrá hacerse con una antelación mínima de veinticuatro horas.

            ¿Y si no se cumple el plazo? La sentencia del Tribunal Constitucional de 16 de junio de 1982 permite que la autoridad gubernativa prohíba una reunión o manifestación por defecto de dicho requisito, por entender que su falta supone una vulneración de la mínima buena fe. Si los convocantes no presentaron su escrito de comunicación dentro de plazo, la autoridad estará legalmente investida para prohibir su concentración.

            Ahora bien, ¿qué plazo debe aplicarse? ¿El general de los diez a treinta días, o el urgente de veinticuatro horas? Mejor dicho, ¿quién decide qué plazo se aplica? La experiencia, parece ser, indica que los convocantes tienden a aplicar el plazo urgente. Sin embargo, a efectos prácticos, desde la sentencia del Constitucional citada, es la autoridad gubernativa la que decide qué plazo aplicar, y si está investida o no para prohibirla. Siempre, por supuesto, con la garantía del recurso contencioso-administrativo ante los Tribunales.

            Este régimen, a decir de la STC 59/1990, tiene como objeto conciliar el artículo 21 de la Constitución con el derecho a la libre circulación de los ciudadanos dentro del territorio nacional, reconocido en el artículo 19 de la misma. Pero el mismo TC, en su sentencia 42/2000, advierte que los “colapsos circulatorios” sólo pueden usarse para prohibir una reunión o manifestación si los mismos son muy prolongados e impiden el acceso a determinadas zonas o barrios, imposibilitando la prestación de servicios esenciales, con incidencia en la seguridad de las personas y bienes.

            Parece, así, que la mayor duda sobre la licitud o ilicitud de estas concentraciones recae, esencialmente, en el cumplimiento o no del requisito del plazo del artículo 8 arriba citado.

 

            POR LO QUE REFIERE a la problemática adicional que supone estar en período de campaña electoral, dos son los interrogantes que se me plantean: quién se arroga la posición de “autoridad” frente a los concentrados y si la jornada de reflexión impide legalmente el mantenimiento de las reuniones.

            En cuanto a la primera duda. La Ley Orgánica del Régimen Electoral General, en su artículo 54.1 dispone:

            La celebración de actos públicos de campaña electoral se rige por lo dispuesto en la legislación reguladora del derecho de reunión. Las atribuciones encomendadas en esta materia a la autoridad gubernativa se entienden asumidas por las Juntas Electorales Provinciales, sin perjuicio de la potestad de la Junta Electoral Central de unificación de criterios interpretativos.

            Parece bastante claro. El problema es que la ley no define qué son “actos públicos de campaña electoral”. No he encontrado definición jurisprudencial tampoco. Aquí, como en todo este escrito, me someto a quien esté mejor informado que yo. Tendrá, por tanto, que establecerse si unas concentraciones como las de la Plaza del Sol pueden calificarse como tales, tarea que supera las intenciones de este dictamen. Si es así, la competencia de las Juntas Electorales Provinciales es obvia. De lo contrario, no son quiénes para tomar decisión alguna a este respecto.

            Pero es que la solución a este problema enlaza de manera directa con el aún más importante segundo interrogante. Porque, en efecto, la campaña electoral termina, en todo caso, a las cero horas del día inmediatamente anterior a la votación (artículo 51.3). El artículo 53.1 impone la siguiente prohibición: No puede difundirse propaganda electoral ni realizarse acto alguno de campaña electoral una vez que ésta haya legalmente terminado. Y el artículo 144 del mismo cuerpo legal tipifica su quebrantamiento como delito electoral.

            Si, por tanto, se considera que las consignas, carteles, gritos o expresiones de los acampados son “actos públicos de campaña electoral” o de “propaganda electoral”, caso de realizarse durante la reunión del sábado, se estaría cometiendo un delito. De lo contrario, la jornada de reflexión no sería obstáculo para la concentración. Dada la laguna legal, la falta de definición normativa, la aplicación de la legislación penal sería incierta.

            Urge, por lo tanto, definir claramente estos conceptos, bien por el legislador, bien por los tribunales.

            Éste es el planteamiento jurídico de las cuestiones más dudosas, pienso yo, de los acontecimientos de estos días. Planteamiento no resuelto y que, ya lo he dicho, someto a cualesquiera otro mejor fundado en Derecho.


[1] Es apología, a los efectos de este Código, la exposición, ante una concurrencia de personas o por cualquier medio de difusión, de ideas o doctrinas que ensalcen el crimen o enaltezcan a su autor. La apología sólo será delictiva como forma de provocación y si por su naturaleza y circunstancias constituye una incitación directa a cometer un delito.

May 17, 2011

III. Donde un asesino no asesina

Filed under: Relatos — conunvasodewhisky @ 8:32 am
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Basado en El Vosque, por Morán y Laurielle

            UNO DE LOS MASTUERZOS LA CARGABA COMO UN SACO DE PATATAS y la gargantilla le oprimía el cuello, pero nada podía evitar que Chiara Scarlatti hablara. Tras desfogarse a base de bien contra todos los druidas habidos y por haber en su propio idioma, se dirigió a Hiedrajabonosa empleando la lengua del Vosque.

            – Llevo tiempo en estas tierras y tus jefes son los tipos más penosos que jamás he visto.

            Drusilia, que caminaba a su misma altura, frunció los labios.

            – Ciertamente no se encuentran entre los miembros más elevados de la hermandad.- replicó sin mirarla- Pero son auténticos servidores de la Madre Naturaleza. Su resolución es adecuada.

            – Y estaban cerca, ¿verdad? Así podías despachar rápido.

            – Verdad. No te hagas ilusiones. Cualquier otro druida hubiera tomado la misma decisión con respecto a tu caso.

            – De eso- masculló Scarlatti- no me cabe la menor duda.

            Abandonaron la sombra de los árboles. Ante ellos se extendía una desolada planicie: el Claro Pelado. En los buenos viejos tiempos, un indeterminado número de antinaturales habían sido reconciliados con la Madre a través del fuego. Por la cesión de sus poderes punitivos, los druidas ya no encendían hogueras. Los antinaturales eran decapitados discretamente. Era un método rápido, limpio y fácil de ocultar. Los lobos de lo zona habían aprendido a acudir al poco de una ejecución. Ni el más obsesivo guardabosques investigaba los restos mondos de un festín lobuno.

            Chiara fue depositada junto a un tocón.

            – Ahora, haz el favor de rodear el tocón con los brazos- la instruyó Drusilia- Te daremos un tiempo para ponerte en paz con tus dioses, antepasados, espíritus o con nada. Cuando termines, extiende las manos. Del resto nos ocupamos nosotros.

            Uno de los matones desenvaino su espadón, balanceándolo sugestivamente.

            – ¿No hay peligro de que la cosa esta de mi cuello sea una molestia? Deberíais quitármela.

            Los mastuerzos pensaron que era una inteligente sugerencia. Iban a ponerla en práctica cuando Hiedrajabonosa les ladró una orden contraria. La druidesa masculló algo acerca de la imbecilidad del mundo en general y de sus ayudantes en particular. Hizo una señal para que el del espadón procediera.

            Ahora bien, la gargantilla impedía que Scarlatti hiciera uso de algunas habilidades, no de todas. Scarlatti era una excelente bailarina. Tampoco era cualquier cosa silbando. Con la melodía de una polonesa en los labios, se apartó del tocón, aterrizó sobre el pie del Mastuerzo Número Uno, giró sobre sí misma, golpeó la entrepierna del Mastuerzo Número Dos (también conocido como Del Espadón), lo saltó a la pídola y corrió hacia los árboles como alma que lleva el diablo.

            Tras unos segundos de confusión, Hiedrajabonosa gritó a sus gallardos guerreros que la persiguieran. Luego se repitió a sí misma el mantra de otros muchos grandes personajes a lo largo de la Historia: “Estoy rodeada de idiotas”.

 

            SCARLATTI SACABA UNA BUENA VENTAJA A SUS ENEMIGOS. A cambio, no conocía bien la zona. Corría a ciegas. Ellos, por torpes que fueran, serían capaces de seguir un rastro tan obvio como el que estaba dejando. Tampoco podía descartar que los árboles le hicieran una jugarreta. Mientras sus piernas trabajaban, su cerebro barajaba opciones, posibilidades, salidas. Sus ojos, por el contrario, hacían el vago. Así que Chiara se dio de bruces contra otro corredor.

            Era un hombre alto, robusto, de pelo corto, una perilla con un mechón blanco y una fea cicatriz en el lado izquierdo del rostro. El recién llegado reaccionó.

            -¡Sal de mi puto camino!

            Y sin mediar saludo ni despedida, como aquel escocés de infausta memoria, siguió corriendo. Hacia el Claro Pelado. Que le aprovechase. Ella iría justo en sentido contrario. Chiara fue consciente, justo en aquel momento, de un rumor grave que iba en aumento, el ruido de algo muy grande, muy pesado, acercándose demasiado deprisa. Tal vez fuera mejor idea la del tipo de la cicatriz. Le siguió.

            El rumor había ascendido a ruido de segunda categoría. Lanzó una ojeada medrosa a su espalda. Una forma inmensa trotaba hacia ellos. Ahora el ruido era un estruendo de primera categoría. Y la forma, un cerdílope absurdamente gigantesco, que saltaba con porcino entusiasmo.

            El de la cicatriz había llegado al claro. Los guardias de Hiedrajabonosa surgieron de entre los árboles, al divisar a Chiara, uno delante de ella, dos detrás. Una hábil emboscada. Por desgracia, Chiara no colaboró: siguió corriendo, dejando a los tres a sus espaldas. En fin, tendrían que seguir la persecución. Entonces, tuvieron conciencia del cerdílope. El cerdílope no tuvo ninguna de ellos. Unas manchas pringosas en sus pezuñas carecían de significado.

            Con un gemido, Chiara comprendió que no podría mantener las distancias con aquella monstruosidad. Su cerebro tuvo a bien ofrecer una propuesta. La joven dio un brinco a su derecha, dejó que la mole la adelantara, en su carrera hacia el pobre desgraciado de la perilla, y, con una plegaria a quien estuviera escuchando, aferró la rizada cola del cerdílope. Tuvo la fugaz visión de la druidesa boquiabierta. Después cerró los ojos. Para evitar que las ramas del Vosque en el que se internaban le rasgaran los ojos. No por miedo.

            No por miedo, de ninguna manera.

May 10, 2011

II. Donde varios druidas pierden su cena

Filed under: Relatos — conunvasodewhisky @ 2:35 pm
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Basado en El Vosque, por Morán y Laurielle

            SI ES CIERTO QUE LA SOBERANÍA HA DE SER ABSOLUTA O NO SER EN ABSOLUTO, el autoproclamado Rey del Vosque apenas sí era soberano de sus propias calzas. Los árboles se hubieran reído a mandíbula batiente ante la idea de someterse a un tal rey, de haber tenido los órganos precisos. Ardillas, lobos, ornitorrincos, mangostiélagos, cerdílopes y demás criaturas no aceptaban más autoridad que la suya propia o la de alguien con una boca más repleta de colmillos. Los seres que habían desarrollado una sociedad compleja y conspiratoria sufrían a sus propios monarcas, asambleas o gobernantes. Ni siquiera los humanos locales eran fiables en su obediencia. Y, para rematar, estaban los druidas.

            Ningún druida que se tuviera en algo aceptaría ser súbdito del Rey. Lo toleraban como a una molestia, un fofo grano que no podían arrancarse, por estar demasiado protegido, de momento, por suficientes espadas. Así pues, le agasajaban, le rendían un tributo nominal y habían cedido, oficialmente, su potestad para juzgar, condenar y quemar a cuantos antinaturales estornudaran en el Vosque. Oficiosamente, los druidas se reunían en Comisiones de Conciliación si alguno de esos desgraciados caía en sus manos. Una vez quedaba claro que no había modo de conciliar la presencia del acusado en este plano de la existencia y la buena salud de la Madre Naturaleza, los druidas restauraban el equilibrio.

            Varios druidas estaban aquella noche en una gruta, alrededor de un puchero donde se preparaba un potaje. Poco sospechaban ellos que deberían dejar las cacerolas para cumplir sus conciliatorios deberes. Y no deja de ser lástima. Era un potaje de primera. No tenía ni una pizca de muérdago, pero sí cinco variedades de morcilla. Los druidas conciliaban muy bien la defensa de la Naturaleza y el disfrute de sus regalos, aun cuando esos regalos estuvieran un tanto manufacturados.

            Un grupo no invitado entró en la gruta. Lo comandaba una druidesa alta y delgada, seguida por tres mastuerzos acorazados y una exasperada Chiara Scarlatti. La joven llevaba una gargantilla de hierro frío, sencilla, sobria y con la adicional virtud de bloquear todas sus habilidades mágicas.

            Los druidas observaron a su colega con suspicacia: un visitante imprevisto a la hora de la cena no es bien recibido en ningún club de respeto.

            – Os saludo, hermanos míos.

            – Te saludamos, te saludamos, Drusilia Hiedrajabonosa. ¿Qué buenas te traen?

            La druidesa señaló a la prisionera, a quien había hecho sentar en una piedra chata, con un gesto en el que la severidad hacía de contrapeso al desdén.

            – He atrapado a esta muchacha realizando actividades que sólo pueden ser calificadas de crimen contra natura.

            Un murmullo ominoso correteó entre los druidas. Ominoso para la prisionera, ominoso para todos los antinaturales, ominoso para los estómagos de los druidas.

            – Somos suficientes para encargarnos de esto.- continuó Hiedrajabonosa- Solicito que os constituyáis en conciliación.

            El murmullo fue reemplazado por un breve suspiro. Los druidas, dejando al más viejo y experimentado al cargo del puchero, rodearon a su colega y a Scarlatti, formando un círculo.

            – Escuchamos.

            Drusilia Hiedrajabonosa expuso los hechos con fría concisión. Relató que se encontraba haciendo su ronda por el sector correspondiente. Que había percibido cólera en los árboles. Que había olido humo. Que había seguido ese olor y esa cólera. Que había descubierto los restos del Tronco del Árbol. Y a aquella joven atrapada por los mismos árboles. Árboles que la hacían responsable de lo ocurrido.

            – Recogí las cenizas del incendio. Cenizas, como podéis comprobar, hermanos, con signos evidentes de ser resultado de un fuego mágico.

            La druidesa entregó a la Comisión un saquito. Sus hermanos olfatearon la ceniza de su interior, la escrutaron, la desmenuzaron entre los dedos. Miraron con la mirada de unos druidas malhumorados, hambrientos a aquella miserable criminal. Chiara reaccionó, un tanto a la desesperada.

            – Perdonen, pero, ¿no debería tener un abogado?- recordaba su perdido hogar, donde había tantos abogados como personas y tal vez más.

            Los druidas, en cambio, quedaron desconcertados. Evidentemente, en el Vosque la abogacía era una planta rara, poco floreciente.

            – ¿Un qué?

            – ¿Abogado?

            – ¿Es algún tipo de prenda de vestir?

            – ¿Tiene frío, acaso?

            – Corre una cierta brisa.

            – Pero el fuego calienta bastante.

            – Y no hay corrientes de aire.

            – Es una cueva abrigada.

            – Entonces no tiene frío. Quizás sea algún asunto de moda.

            – Bobadas. Será algún tipo de herramienta.

            – ¿Para qué?

            – No tengo ni idea. ¿Parezco un antinatural?

            Scarlatti carraspeó ostensiblemente.

            – Quiero decir un defensor.- dijo con ánimo clarificador.

            Ahora los druidas se indignaron.

            – ¡Acabáramos!

            – ¡Un defensor!

            – Claro, ¿y por qué no un juicio?

            – ¡Y un tribunal imparcial!

            – ¡Qué descaro!

            – Todos estos antinaturales son iguales.

            – Ya hemos oído bastante.

            – Sí, sí.

            – Drusilia Hiedrajabonosa, llévate a esa desgraciada antinatural.

            – Condúcela hasta el Claro Pelado.

            – Y restaura el equilibrio de las cosas.

            La druidesa se inclinó. Con una señal imperiosa, ordenó a los mastuerzos que arrastran fuera a la prisionera. Chiara pataleaba, clamaba a los cielos en su propio idioma y dedicaba a los druidas una colección de epítetos descriptivos, justos e incomprensibles para ellos. Al fin, los druidas se quedaron a solas con su puchero.

            – Ya era hora.

            – Creí que no se irían nunca.

            – O que se quedarían a cenar.

            – Sólo hubiera faltado eso.

            – ¿Dónde hemos puestos los cuencos?

            – ¿Está listo eso?

            De repente, los druidas enmudecieron.

            Pues el más anciano, venerable y sagaz de los druidas presentes, quien había cuidado del potaje hasta que había alcanzado su punto justo, permanecía en pie junto a un puchero vacío. Sus sabios ojos, donde se vislumbraban eones de ciencia y ni un segundo de arrepentimiento, refulgieron, desafiantes.

            – Se iba a pegar, mientras parloteabais. Si lo quitaba del fuego, se enfriaría. Luego habría que calentarlo de nuevo y no estaría igual de bueno. Ni de lejos. Así que hice lo que debía.

            Nada se podía replicar. Los druidas inclinaron la cabeza, se acomodaron en el suelo, arrebujados en sus capas. Tenían ante ellos una larga noche de ayuno. Condenados antinaturales. Siempre conseguían triunfar, incluso cuando se les sentenciaba a muerte.

May 2, 2011

I. El señor Mondieux escucha demasiado

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Basado en El Vosque, por Morán y Laurielle

         HORATE MONDIEUX NO ERA UN HOMBRE FELIZ, detrás de su barra. Nadie sería feliz ejerciendo de tabernero en el Vosque; mucho menos en una zona más deshabitada de lo normal como aquella. El negocio tiraba más mal que bien. ¡Pensar que cuando vio por primera vez aquella fonda, regentada por Marine Rongeur, le pareció un magnífico establecimiento! En realidad, lo único magnífico era la misma Marine. Se dejó seducir por su opulento pecho y sus acariciadoras palabras, se casó con ella y se puso al frente del negocio.

            – ¿Has dado de comer a los cerdílopes, muchacho?- le preguntó a unas greñas andantes que resultaban ser su hijastro; las greñas farfullaron algo ininteligible y abandonaron el local.

            Aquel chaval había aparecido a la semana de vida conyugal, cuando el señor Mondieux ya no podía imaginarse la vida sin el opulento pecho de la Rongeur y sus palabras. Así que, con cierto disgusto, lo había aceptado y reconocido como sucesor, obligándose a cuidar de él. Y lo había puesto por escrito, por todos los cielos. En cuanto hubo constatado que entre su marido y su hijo jamás existirían relaciones más cálidas que el Hielo Eterno, pero que el primero no traicionaría su palabra poniendo al jovenzuelo, con o sin greñas, de patitas en la calle, la Rongeur hizo mutis por el foro con una muerte repentina. De no ser porque la muerte repentina era una vecina amigable en el Vosque, Mondieux hubiera albergado la sospecha de que todo aquello estaba planeado.

            El tabernero limpió otra jarra de arcilla suspirando. El origen de sus problemas estaba en su bendita madre, y no por puro razonamiento lógico. Cuando aún no tenía dos semanas, lo había llevado ante una de las escasas Hadas Dadoras, que conceden deseos, pero siempre con una pequeña trampa, proporcional al deseo. Cualquiera con dos dedos de frente huiría de un Hada dadora. Cualquiera con un dedo de frente le pediría un don de andar por casa. La señora Mondieux había pedido para su hijo algún don excepcional.

            El Hada Dadora, llena de jolgorio, había concedido al bebé un extraordinario oído: podría entender cualquier lengua, de cualquier raza, además de poseer una agudeza digna del hijo de un lince y una elfa no voscosa; a cambio, sería incapaz de tomar decisiones sensatas con la información que hubiera recibido. Así queda explicado que hubiera aceptado regentar una taberna llamada El Hueco del Tronco, rodeada de árboles iracundos, murmuradores de amenazas y ejecutores de venganzas oscilantes entre lo molesto y lo alarmante.

            La puerta se abrió, dando paso a una cliente. Era la primera cliente de las últimas dos semanas. Mondieux, que sí podía elegir correctamente cuando se trataba de interpretar mensajes no verbales, corrió hacia la recién llegada, se inclinó ocho veces, se hizo cargo de su capa de viaje y la acomodó en la mejor mesa. La cliente pidió dos copas y una botella de vino de la Hondonada Violeta, añada de 1345, según el calendario oficial. Semejante botella podía equilibrar la balanza de pagos del trimestre.

            Mientras volvía con el precioso líquido, Mondiuex examinó a aquella repartidora de fortuna. Era una joven de cabellos castaños, baja, vivaracha, de piel más morena de la habitual en aquellas regiones. Vestía con sencillez, sin ningún ornamento que pudiera llamar la atención sobre su persona. Una mujer alegre, vital, que disimulaba mal su extrema tensión.

            Servido el vino en una copa, Mondieux se concentró de nuevo en fregar, limpiar y dar esplendor a su vajilla. Tras un rato, como era de esperar, un segundo cliente hizo su aparición. Era un enjuto hombre de mediana edad, algo más alto que ella, más bajo que Mondiuex. De cabellos negros bien cortados y peinados, pálido, de claros ojos ligeramente saltones. La boca parecía una cuchillada. Vestía con más elegancia, sin caer en ningún exceso. Algo en su atuendo le recordó vagamente a Mondiuex el de un bufón de muy elevada posición social.

            – Bien hallada, querida Scarlatti.- digna, fría, cortés, escurridiza voz; atrapando la voz nunca capturarías al pensamiento.

            – Salud, Dmitri Vladimirovich.- digna, vibrante, curtida voz; había vida doliente y gozosa tras ella.

            – ¿Oh? ¿Ahora nos tuteamos, Chiara?

            – Como guste. Salud, señor Balakirev.

            Mondiuex era consciente de que los clientes hablaban en una lengua extranjera; en voz baja, aunque él les podía oír sin esfuerzo. Mientras el sudor perlaba su frente, decidió escuchar la charla hasta el final.

            – Ha tardado más de lo que esperaba en encontrarme.

            – No, no. Pero tuve que posponer mi viaje hasta aquí y no pude advertírselo.

            – Y, además, supongo que habrá estado un tiempo recorriendo este reino antes de dejarse ver.

            – Podría decirle lo mismo, ¿no es así?- sonrió Balakirev.

            – Pero yo estaba aquí por buenas razones. Usted, no.

            – Mi querida Scarlatti…- el hombre hizo un leve gesto de reproche con una mano y una ceja- Tiene un punto de vista extraordinariamente estrecho para una desterrada. Una desterrada con su historial, además.

            – Ambos sabemos el porqué de mi destierro, señor Balakirev.- replicó con contenida aspereza la joven.

            – Sabe bien dónde me encontraba yo en aquella época. No entiendo que siga obcecada.

            Chiara Scarlatti bufó por la nariz: un rechazo en toda regla a las palabras de Dmitri Vladimirovich y a sus implicaciones, posibles o imposibles.

            – Dejemos eso. Ya que estamos aquí…

            – Ya que, por una vez, ha aceptado amablemente mi invitación…- interrumpió Balakirev.

            – Ya que estamos aquí, quiero decirle algo. Y quiero decírselo muy claro.

            La ceja volvió a alzarse, en cortés, muda pregunta. La sonrisa señalaba, sin darle importancia, lo conocido de la respuesta.

            – Estas tierras están ocupadas. Están repletas.

            – Están llenas de tramas e intrigas, es cierto. Le sorprendería lo que los helechos maquinan contra las ortigas.

            – Se lo repito. Tienen bastante. No necesitan más redes. Creo que no se da cuenta de lo complejas que son las relaciones entre especies, entre instituciones, entre individuos.

            – Sí que lo comprendo. Resultan más simples que en… bueno, ya que le altera recordar aquellos tiempos, no diré el nombre.- Balakirev bebió unos sorbos- Pero estoy de acuerdo. Es un terreno fértil.

            – Es un terreno con dueños. No necesita más. Le sobran los problemas.

            – Dudo de mis sentidos. ¿Es posible que usted esté diciendo lo que oigo?

            – No nos necesita a ninguno. Ciertamente, no le necesita a usted.

            – ¿Es su última palabra?

            – Lo es. Dígaselo a los otros. O se lo diré yo.

            – Es bastante que me lo haya dicho a mí.

            Los dos callaron. Scarlatti parecía tratar de leer a su interlocutor, sin asomo de inquietud. Éste se había vuelto introspectivo. Al fin, torció la boca, menó la cabeza, arqueó ambas cejas.

            – ¿Sabía usted que un hombre no muy sabio, pero que conocía bien este reino, escribió una descripción justa de los animales locales? Dice así: Las ardillas del Vosque son tremendamente rápidas, los lobos son tremendamente sanguinarios, las hormigas son tremendamente grandes y las ratas no quisieron perder su oportunidad y se volvieron tremendamente malvadas. Alguien malo no es alguien malvado. Las ratas normales son definidas irremisiblemente como ‘malas’ por que habitan en las paredes de tu casa y te roen los calcetines, pero las de El Vosque ocupaban las paredes de tu casa, creaban una comunidad y se quedaban finalmente con la casa entera.

            Chiara parpadeó.

            – Ha variado sus lecturas, por lo que veo.

            – Hay que leer a los autores de una civilización para comprenderla y evaluarla, ¿no es así? Incluso de esta civilización.

            – Puede. ¿Qué importa esa reflexión zoológica en nuestro asunto?

            – Que las ratas del Vosque son malvadas y razonables. Saben llegar a acuerdos.

            Surgieron de todas partes. El señor Mondieux fue sepultado por ellas y la Historia ya no guarda memoria de su destino. Scarlatti se subió de un brinco a su silla, vigilada por cientos de ojillos brillantes y malignos y dos ojos claros e impasibles.

            – ¡Ratas! ¡Esperaba mucho más de ti, Dmitri!

            Chiara rugió una orden. Lenguas de fuego brotaron de sus dedos, derramándose sobre las ratas, extendiéndose por el mar de pelo negro y gris como si fuera aceite de roca. Y por las paredes, el suelo y el techo de la taberna, que tenían el mal gusto de parecer, ser y comportarse como la madera.

            Scarlatti alcanzó la salida en dos saltos, protegiéndose como podía de las enloquecidas ratas, de los maderos ardientes. No veía a Balakirev por ninguna parte. El Vosque la recibió con una bocanada de aire fresco. Los árboles, con una raíz serpentina. Chiara quedó inmovilizada bajo la misma, mientras El Hueco del Tronco se consumía. La joven no se arriesgó a provocar más a los árboles; ni gritó pidiendo auxilio. Era inteligente: había permanecido en el Vosque lo necesario, había aprendido qué conductas acortan aún más la vida.

            Cerró los ojos, irritada. Jodido Dmitri. Había reaccionado como una estúpida. Las ratas eran el ataque evidente. Desconfía de lo evidente. Los árboles eran la trampa oculta.

            Varios pares de botas se pararon junto a su cabeza. Abrió los ojos. Tres mostrencos acorazados la observaban. Una delgada mujer, vestida de blanco y rojo susurraba al árbol vengador. La raíz liberó la presa. Los mostrencos la sustituyeron. La mujer delgada se incorporó. Una druidesa.

            – Incendio de propiedad privada, riesgo de propagación entre los árboles del distrito este, doble homicidio y múltiple cerdilopicidio, como poco imprudente… sería un buen caso para los Guardabosques.

            Los árboles eran la trampa oculta evidente. Desconfía de las trampas ocultas evidentes.

            – Pero, pequeña mía, reconozco un fuego mágico cuando lo veo. O cuando veo sus cenizas. Esto es asunto nuestro ahora.

            Los Druidas. La trampa detrás de la trampa, detrás de la trampa. Chiara contuvo un sollozo de rabia.

            Maldito seas, Dmitri. ¿Por qué coño piensas tanto?

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