Una de mis deformaciones al leer una novela o un comic, o al ver una serie o una película, es decidir si el peso de la obra la soportan las tramas o los personajes. Los Soprano, por ejemplo, tiene su gloria en los personajes. Por supuesto, ocurren cosas; sin embargo, los acontecimientos se subordinan a los personajes. Las vicisitudes de Tony al frente de su grupo en Nueva Jersey nos interesan porque nos atraparon Tony, Meadow, Junior…
En cambio, en las novelas de Canción de hielo y fuego lo que arrastra es la trama. Queremos saber qué sucede, cómo se desarrollan las intrigas, las conspiraciones y traiciones. Sí, podemos sentir simpatía por algunos personajes. Pero cuando la acción se detiene, nos removemos en el asiento. Tony llena la pantalla sencillamente comiendo un plato de macarrones mientras ve un documental en su sofá. Tyrion, sólo si está en el sofá maquinando.
Como siempre, entre los extremos hay muchos matices. Ya he dicho en otro artículo que Carnivàle juega hábilmente con las dos opciones, logrando un punto medio casi perfecto.
CRFH orbita alrededor de Carnivàle, en este aspecto. ¿Tramas? Desde luego que las hay. ¿Personajes? Varios dignos. ¿Quién lleva la voz cantante? Depende del día.
Nadie puede discutir que Dave, Mike, Roger, Marsha, Margaret y April están subidos a un tren sin frenos de peripecias. Sin embargo, en ocasiones nos interesan (plural mayestático) más los raíles que lo que pasa en los vagones. Y otras, justo al contrario. Maritza Campos aprieta el acelerador de las tramas o concede unos momentos introspectivos, e incluso es capaz poner en primer término a los personajes justo en medio de lo más enrevesado del arco.
Así, se permite dejar perdidos en medio de un bosque a Dave y Margaret, para que, alejados del resto del elenco, afronten uno de los más importantes puntos de inflexión en su relación. Y aun cuando lo que pasa en el bosque se enlaza con una de las tramas del webcomic, han sido la señorita Browning y el señor Jones los que han soportado el peso. Han sido sus diálogos, sus acciones y la recopilación de lo que llevan vivido.
De la misma manera, en medio de los absurdos y de los destellos de argumento, la travesía de Mike, Roger y Dave en una lancha, náufragos, supone un hiato en la acción. Hiato que llenan los tres compañeros sacando de modo visceral, no por primera ni por última vez, lo que han ido acumulando.
Esas maniobras obedecen a una decisión sopesada. Ignoro si ya desde sus orígenes, pero a estas alturas resulta evidente que el equilibrio está buscado y, en mi opinión, muchas veces encontrado.
Hay quien torcerá el gesto. ¡Una elección tibia! En lugar de apostar todo a un número, coloca fichas en varias partes de la ruleta, para asegurar alguna ganancia. Bien, soy el primero en admitir que si un creador acumula sus fuerzas en un frente, porque es el aspecto que le interesa, merece respeto. Y si triunfa, aplauso. Pero eso no implica desprecio para otras elecciones.
¿Quiere centrarse en la vida interior, dar a sus criaturas personalidad? Ánimo y suerte. Sepa usted que Shakespeare (y otros) nos superará siempre a todos. ¿Quiere, en cambio, tejer una red sutil y compleja que enrede a los lectores? Adelante. Shakespeare (y otros) no se siente nada amenazado. ¿Se ve con potencia para todo? Pues hala, aplíquese las advertencias previas.
Las tramas de CRFH, igual que los personajes, sirven con igualdad a comedia y drama. Los enredos en los que se ven envueltos los protagonistas o que ellos mismos provocan son a veces propios, justamente, de comedias de enredo o de parodias. La base submarina de Dun-Dun Island hubiese sido un buen escenario para el Fanhunter de Cels Piñol. Y a ratos casi lo parece. Aunque la mayoría del tiempo quien reina en ese arco no es precisamente la comedia.
Uno de los grandes lastres, desde mi perspectiva, tanto para la trama como para los personajes, son los crossovers. No tengo nada en su contra por principio. Yo, como todos, he soñado con cruces entre series, libros o películas. Resulta comprensible que la autora de este webcomic, pudiendo, se dé el gusto de unir su creación a las de otros.
Lo malo para el lector de sólo uno de esos webcomics es que durante unas cuantas semanas anda como pollo sin cabeza, tratando de entender quiénes son los nuevos, cuáles son sus motivaciones y qué está pasando aquí, exactamente, si me hace el favor. Cuando los chicos de CRFH chocaron con los de FANS, estuve rascándome la cabeza cual mono titi largo rato.
Campos pone en juego a seis (o, más bien, siete) protagonistas de calibre. Luego, sabiendo que el diablo está en los detalles (y en otras partes), los rodea de un cortejo de aliados, antagonistas, coetáneos y gente que pasaba por allí. El cortejo es muy importante. Muchas series fracasan por falta de un buen cortejo. Los Simpson y Family Guy deben su éxito, entre otras cosas, a que los guionistas tuvieron la inteligencia de respaldar más que bien a sus familias nucleares.
Porque, en efecto, CRFH no sería lo que es sin las mascotas de Roger; sin Diana y su hermano Paul. Sin Waldo y Steve o el profesor Dover. Sin Chester. Sin el Dragón o el Adversario.
No digo que sienta aprecio por todo el cortejo (Paul, por ejemplo, me resulta cargante), ni que considere que están siempre bien empleados. Pero es un grupo sólido, que aun cuando no ha logrado crear un universo tan complejo como Springfield (ya nos gustaría a cualquiera crear un cuarto de su enormidad durante los años dorados), nos permite meternos en ese mundo, sentirlo habitado. No es un mero escenario donde Mike atormenta alegremente a Dave.
Claro que Campos no se enfrentaba sólo al delicado equilibrio entre trama y personajes. Tenía que ir trenzando junta a ellas otras dos cuerdas peliagudas: el humor y el drama.