Con un vaso de whisky

julio 22, 2016

Hundidos en el Pozo

Filed under: Divagaciones — conunvasodewhisky @ 4:22 pm
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            Nunca dejarás Harlan con vida era la sentencia inexorable que traspasaba las temporadas de “Justified”. Y aun cuando en ocasiones Rylan Givens o Boyd Crowder parecían estar rozando el pomo de la salida, terminaban arrastrados de vuelta al condado implacable de Kentucky, igual que sus aliados, amigos o adversarios. Cambien Harlan por Birmingham, por la parte más tenebrosa de la ciudad, y en igual situación está Thomas Shelby.

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            La huida del Pozo es la constante en las por ahora tres temporadas de esta magnífica serie (revisé aquí la primera y aquí la segunda). Thomas, Polly, Arthur, Grace, Campbell… de un modo u otro, todos trataban de escapar de pozos interiores o del gran Pozo. Todos fracasan. En este sentido, hay un cierto parecido entre “Peaky Blinders” y “The Wire”. Los habitantes de Baltimore, como los de Birmingham, son libres hasta cierto punto, pero sólo hasta cierto punto. La irónica pregunta de Lenin sobre las libertades formales de la clase obrera (Libertad, ¿para qué?) no es impertinente ni en Baltimore ni en Birmingham. La herencia social y familiar, la clase social y, también, sin duda, las propias decisiones, forman una malla que es muy difícil de romper. Mister Solomons, ese hallazgo de personaje (¡qué actorazo es Tom Hardy!), se lo recuerda a Thomas Shelby como si fuera un profeta del Antiguo Testamento, aunque usando una cita del nuevo: quien a espada vive, a espada morirá. Otro día, si quieren, discutimos por qué este aforismo evangélico es más bien una astuta defensa de la no violencia, más que una apología de la pena de muerte, como han querido ver muchas personas, sin duda muy razonables en otros aspectos de sus vidas.

            Desde el punto de vista formal, esta tercera temporada de “Peaky Blinders” no mantiene lo logrado anteriormente: lo supera. Escena tras escena, secuencia tras secuencia. Fotografía de matrícula de honor. Encuadres de matrícula de honor. Banda sonora de matrícula de honor. Parece a ratos que cada fotograma es un cuadro. La dirección y las actuaciones son, como siempre, excelentes. La trama y el desarrollo de personajes tienen, como siempre, mucho que escutar. Vamos con ello.

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            Al finalizar la segunda temporada, Thomas puede sentirse bastante seguro de su posición. Cuando comienza la tercera temporada, desde luego, parece que el imperio de los Shelby nunca ha sido más fuerte. Se podrían hacer paralelismos justos entre don Vito Corleone y Thomas, aunque también con Michael Corelone. Thomas, seguramente, es al tiempo Vito y Michael. Sus redes criminales son indiscutidas en su ciudad y se extienden hasta Londres, donde mantiene una tregua con las facciones que tanta guerra le dieron en el pasado. Tiene a la mujer que ama y, como anunció, se va a casar con ella. Es saludado por la sociedad bien de Birmingham, la Policía responde ante él, los servidores públicos se inclinan ante su paso, controla los negocios ilegales y legales. Es el amo. Cualquiera diría que ha ganado la partida.

            Pero Shelby debe su vida a Mr Wiston Chruchill. Y aunque los conservadores ya no estén en  Downing Street, los servicios secretos de Su Graciosa Majestad tienen apéndices oscuros. Y Thomas Shelby les será de utilidad.

            A partir de aquí, spoilers.

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            Esta tercera temporada se parece bastante, en cuanto a estructura de trama, a la primera. Como en aquella, hay un interés común a varias facciones y los Shelby están en el centro de la madeja. Los soviéticos, los rusos blancos en el exilio y los siniestros Odd Fellows, una especie de para-espías ultraconservadores, decididos a continuar la guerra subterránea contra la Unión Soviética, pese a que el Gobierno del momento no esté por la labor. Como en aquella, Thomas tiene que danzar con todas las facciones, tender redes, mover hilos, servir a unos y a otros, mientras en realidad sólo se sirve a sí mismo.

            Hay un detalle significativamente distinto entre la presente temporada y las previas: la ausencia de un antagonista principal. Cierto que había en aquellas y hay en esta múltiples adversarios. Pero tanto en la primera como en la segunda, el despiadado Inspector Campbell era el enemigo número uno, tanto pragmática como dramáticamente. La lucha a muerte entre Thomas y Campbell, en una relación de enemigos íntimos donde no había cabida para ningún respeto mutuo, era uno de los elementos que más me gustan de los doce  primeros capítulos de la serie.

            Campbell, sin embargo, cayó muerto en efecto por los disparos de Tía Polly, así que no tenemos a Sam Neill para darle la réplica a Cillian Murphy. Su plausible sustituto sería el Padre Hughes (Paddy Considine). Podría haber sido un villano de respeto (asumamos que Thomas es un héroe-villano, moralmente reprobable, pero seductor e irresistible en su carisma negativo). Desde luego, este cura y la organización a la que pertenece ponen en serios aprietos a Thomas. De hecho, nunca había visto a Shelby tan cerca de la derrota, de la ruina, no sólo como poder fáctico, sino interior: en los últimos capítulos, Thomas está desquiciado, recibiendo golpes de todas partes. Y si bien logra derrotar a sus enemigos, la victoria es más bien pírrica.

            Con todo y con eso, no pasará el Padre Hughes a mi lista de antagonistas memorables. Con ciertos cambios de detalle, hubiera podido ser una suerte de Gatehouse, a primera vista un hombre sombrío y discreto que en medio segundo pasa a convertirse en un Poder de las Tinieblas. Pero se quedó en un malo de segunda fila, pese a ciertas escenas poderosas, como ese perverso y falso acto de contrición que fuerza a recitar a Thomas en una cena. Incluso la clara insinuación a que se trataría de un pederasta me sonó artificioso, más un cliché (dramático, entiéndaseme y no se saquen de contexto esta afirmación) que un rasgo definido que hiciese más perverso, repugnante u odioso al personaje. Aparte que dicha insinuación se hace en referencia a Michael, el hijo de Polly, un tipo extraordinariamente cansino que sólo tuvo su gracia como instrumento para explorar a su madre y que ha sobrevivido a toda utilidad.

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            La otra facción adversaria, los rusos blancos, es más pintoresca. Más que blancos, se puede decir, como en “Casablanca”, que son rusos locos. Los Odd Fellow son despiadados y eficaces. Los rusos son crueles y están como una manada de cabras, como puede atestiguar el agente de los Shelby en sus filas. El duque es un cero a la izquierda. La duquesa y su hija son otra historia. Sobre todo, la hija, la Princesa Tatiana. Sus juegos sádicos, eróticos y psicológicos, con Thomas son lo más perturbador de esta temporada. Thomas tiene un laberinto por cerebro y en los aspectos emocionales resulta un personaje muy interesante: un hombre traumatizado por la guerra, ferozmente leal a su familia, como cabeza de la misma, con una capacidad de amar custodiada por su raciocinio implacable que ha sido, parece, devastada de una vez para siempre en esta ocasión. Y es ahí donde Tatiana ataca: golpea en ese amor dolorido para tratar de destruir la razón y arrastrar a Thomas a un caos enloquecido. En la noche que pasan juntos en la casi vacía mansión de Thomas o en la orgía chiflada en la casa de los aristócratas parece a ratos que lo consigue. Pero Thomas, autocrático, no permite que nadie tenga tanto poder sobre él y logra sobreponerse, por muchas cicatrices que la lucha le suponga.

            Porque Thomas encuentra apoyo en la familia. Se lo dijo a Campbell, en una de sus envenenadas conversaciones. A la muy sagaz apreciación del policía (Odiamos a la gente y, a cambio, la gente nos odia. Y nos teme. [… ]Los hombres como nosotros, señor Shelby, siempre estaremos solos. Y el amor que consigamos, tendremos que pagar por él) replica con un casi orgulloso Olvida, Inspector, que tengo a mi familia. Esa familia que quizás ya no sea tal. La base del poder de Thomas se está resquebrajando.

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            Grace, el amor de su vida, le es arrebatado. La muerte de Grace fue una sorpresa. Hunde a Thomas en una tenebrosa melancolía que tiene su importancia en el desarrollo de los acontecimientos. Sin embargo, no me desdigo de mi opinión cuando vi reaparecer a la ex espía en la anterior temporada: creo que Grace debería haber muerto a manos de Campbell. Hubiera sido una muerte más redonda, con implicaciones mayores para ese triángulo trágico, más devastador para todos. El fantasma de Grace, y eso se ha demostrado este año, ha resultado más poderoso que la Grace viva, más allá de la primera temporada. También es verdad que, por estar viva al principio, pudimos ver la boda con Thomas, una de las mejores bodas de televisión o el cine.

            ¿Y qué pasa con el núcleo familiar? Arthur se está alejando. Vaya personaje, el de Arthur. Ha pasado de rencoroso hermano mayor ante un hermano más joven, inteligente y hábil que él, a perro fiel y, por fin, a recorrer el tortuoso camino del arrepentimiento. ¿Recuerdan la terrible escena en la que la madre de una de sus víctimas le escupía todo su desprecio? Arthur se arrastra tratando de escapar del Pozo. Pero la familia le impone obligaciones y, aunque desgarrado por dentro, Arthur cumple, por devastadoras que sean las consecuencias. John, más simple, también empieza  dar señales de rebeldía. Michael, el cansino, no se resigna a su papel a lo Tom Hagen (sería tentador aunque inexacto ver a Arthur y John como los Sonny y Fredo de los Shelby) y se empeña en meterse en la parte turbia de los negocios, lo que causa tensiones con el otro gran cerebro de los Shelby, la Tía Polly.

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            Y la Tía Polly también trata de salir del Pozo. Lo intentó ya a través de su hijo perdido y encontrado. Pero ahora ve que lo está perdiendo de nuevo, tal vez por tratar de agarrarlo demasiado fuerte. Así que busca otra salida en el amor de un hombre ajeno a su mundo, un amor que es, o tal vez no, sólo un espejismo y que la hunde de nuevo en el Pozo. Thomas sabe clavar el cuchillo hasta la empuñadura cuando quiere y con Polly además, retuerce la hoja en la herida. Sólo con Ava, la Shelby que está pero a la vez no, la única que ha logrado medio escapar, aunque no del todo, veo a Polly en paz y tranquila.

            Hablando de las mujeres Shelby, qué lástima que esta temporada haya desaprovechado una línea argumental muy sugestiva. Hubiera visto con mucho gusto la reacción de los hombres Shelby, no muy brillantes más allá de Thomas, ante una rebelión sufragista en sus filas. Porque las mujeres (Esme aparte) de esta familia son considerablemente más inteligentes y resolutivas que los varones; como repite Tía Polly, ellas mantuvieron el negocio durante la Guerra y ya me gustaría ver cómo se las arreglaba incluso Thomas sin ellas. El momento en que Polly, Linda, Esme y Lizzie salen a unirse a la manifestación feminista es grande. Merecía más desarrollo. Ojo a Lizzie, además, a su cambio de mujer despreciada en un inicio a trabajadora discreta, con un gesto de enorme dignidad en la última escena del último capítulo, al rechazar, con fría rabia, el dinero con el que Thomas está comprando a toda su familia.

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            Y así llegamos a ese final. Menudo final. Un final muy Michael Corleone. Sí, Thomas, ha derrotado al Padre Hughes y se ha librado de los rusos. Pero los Odd Fellows son poderosos y para protegerse de ellos, Thomas, el jugador reptiliano, tiene que pactar. Y este pacto, esta vez, arrastra a su familia. Tal vez, no lo dudo, Thomas haya elegido el menor de los males posibles. Tal vez, no lo dudo, haya protegido su familia como ha podido. Pero esa última conversación familiar olía a disolución. Y la abrupta irrupción de las consecuencias del pacto deja a Thomas solo. Completamente solo. Campbell estará riéndose en el infierno.

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            El Pozo no deja escapar a sus moradores. Y nosotros, desde luego, volveremos a él, hundidos con Thomas hasta el cuello.

 

julio 1, 2016

El dolor de estar triste

Filed under: Divagaciones — conunvasodewhisky @ 3:44 pm
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            Victor Hugo escribió que la melancolía es el placer de estar triste. Cita romántica donde las haya, permite rebatir a aquellos que consideran a “River” una serie melancólica o, incluso, romántica. Porque esta obra, en apariencia policíaca, es una obra sobre la soledad, la tristeza y el dolor.

WARNING: Embargoed for publication until 10/11/2015 - Programme Name: River - TX: n/a - Episode: River (No. Ep 6) - Picture Shows: **STRICTLY EMBARGOED UNTIL 00:01HRS, TUESDAY 10TH NOVEMBER, 2015** John River (STELLAN SKARSGARD) - (C) Kudos - Photographer: Nick Briggs

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            Abi Morgan, su creadora, había mostrado ya su capacidad para mezclar con gran inteligencia desarrollo psicológico de personajes, relaciones interpersonales y tramas de intriga en la estupenda “The Hour”, que les recomiendo con grandes gestos de entusiasmo. En “River” se olfatea ese talento, aunque, esta vez, el grueso de la apuesta está en la psicología de los personajes. En especial, en el protagonista absoluto, el Detective Inspector John River.

            La trama de investigación policíaca no deja de ser interesante, desde luego. Pierdan cuidado, no haré spoilers de la misma. Resulta obvio, no obstante, que es instrumental: a través del caso, River aprende más de quienes le rodean y de sí mismo; los espectadores, cómplices del inspector en esta disección propia y ajena, hacemos lo propio, con un cierto regusto de voyeur espiritual.

            Confieso que empecé a ver la serie con cierta sospecha. Lo poco que había oído y leído me recordaba en exceso a “Luther”, a “House, M.D.” o al mismo Sherlock Holmes, en cada una de sus encarnaciones. No cabe duda que hay determinados puntos comunes. Quizás la serie a la que más se acerque sea “Luther”. No obstante, hay considerables diferencias. La más importante es esta: el combate en las otras series es siempre en el exterior, sea intelectual puro, en el caso de Holmes o House, sea emocional y psicológico, en el caso de Luther. Sus enemigos, sus adversarios, sus monstruos, están, principalmente, fuera. River tiene el campo de batalla dentro del cráneo.

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           Stellan Skarsgård está inmenso. Es preciso un gran actor para coger un buen guion y sortear las trampas de lo trillado que pueda contener. Lo consigue. Una de las señas del buen actor es lograr dar vida a un personaje impasible. River es introspectivo, callado, taciturno. Un actorzuelo pondría cara de palo. Skarsgård sabe que con un movimiento de labios, una breve risa, una mirada que refulge de súbito o se apaga de repente, que se inyecta de dolor o de anhelo, se arma un personaje complejo, vivo, humano. ¡Qué habilidad!

              River está rodeado de gente, pero se siente y cree solo. Es de hacer notar que, al lado de tipos bastante miserables, la serie ofrece un ramillete de personas decentes. La compasiva Doctora Fallows, la decidida superior de River, Chrissie, incluso en el más bien antipático Marcus MacDonald (a quien reconocerán los visitantes de los Siete Reinos de Poniente) se aprecian móviles decentes. Por supuesto, el sufrido Detective Sargento Ira King, con más paciencia que un santo con River, o su esposa, quien sólo aparece en una escena, y a la que, si la serie continúa, espero le den algo más de papel.

          Con todo y con eso, River se siente asilado. Más aún en Londres, ciudad inagotable, maravillosa, que también puede ser hostil, alienante y suponer la destrucción del individuo. El asilamiento, de estar lejos de la propia tierra, de la propia familia, de ser un apátrida, de no ser aceptado en la tierra de asilo, es otra faceta del gran tema de la serie.

           Poco sociable como es (“Si te sientes solitario cuando estás solo, estás en mala compañía”, dice en una ocasión), no es un misántropo ególatra y sarcástico, ni un sociópata, ni un arrogante gélido. La capacidad de compasión, de empatía, que tiene River es inmensa, pero carece de medios para canalizarla. No posee esclusas para dar salida a sus emociones, sino que las mantiene contenidas en una presa. Eso se cobra su precio. River tiene sus paralelismos con Stevens, el mayordomo impecable de “Lo que queda del día” y, como él, está al borde de la desolación afectiva.

            Lo que tiene Rivers y no tiene Stevens es una legión de compañía perpetua. Sus visiones. Es una decisión inteligente de la serie dejar desde el principio claro que no se tratan de manifestaciones sobrenaturales y que River tiene perfecta comprensión de que no son reales. Pero ahí están. Y hablan con él. Las víctimas de sus casos, que le interrogan y le hacen rumiar las pruebas hasta que el rompecabezas se resuelve (nunca con triunfalismo, siempre con tristeza). Stevie, con la que tantas conversaciones paralelas mantiene, para creciente desesperación de Ira. Y con la que tiene una de las cenas, rematada con baile, más hermosas y emocionantes del cine o la televisión.

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          Claro que dentro de la cabeza, en el sueño de la razón, acechan monstruos. Y el de River toma la faz del infame Doctor Thomas Neill Cream, asesino victoriano, al que presta forma el actor Eddie Marsan, con un aire de trasgo diabólico muy apropiado. Manifestación de las zonas más tenebrosas de su mente, no dialoga con River, monologa. Porque el inspector rehúye hablar con él, no le responde. Igual que el padre Merrin, en “El exorcista”, advertía al padre Karras que no debía entrar en discusiones con el Diablo, River no se enfrenta dialécticamente a su demonio; tal vez intuye que para derrotarle en ese tipo de combate, tendrá que mostrarse tan acerado, tan malévolo como él. Al fin y al cabo, no deja de ser parte del mismo River. El policía se muestra capaz de destruir verbalmente, con perverso placer, a quienes le rodean en esa reunión de sus semejantes. Aunque, al momento, se sienta confundido y avergonzado por la valiente reacción de su psicóloga.

         El venenoso Cream (el envenenador de Lambeth) fuerza a River a elegir uno de dos caminos para su soledad: abrazarla como una liberación, asumir la cara más oscura de su locura y lanzarse al Caos nihilista, destructivo y sádico, o congelarse en la apatía, en el sinsentido, en una podredumbre del alma y la mente, callada, estéril y agónica.

          Victor Hugo, de nuevo, dice en “Los Miserables”: Escribir el poema de la conciencia humana, aunque no fuese más que a propósito de un solo hombre, aunque no fuese más que a propósito del más insignificante de los hombres, sería fundir todas las epopeyas en una epopeya mayor y definitiva. River es un hombre y la epopeya de su conciencia es la gran batalla contra el Mal, batalla que se libra en el interior del ser humano, mucho más que en el exterior, y en la que las armas son de una naturaleza peculiar y las peleas complejas, sutiles, potencialmente devastadoras. River, el que se cree solo, no lo está tanto. Aunque su mundo no sea un lugar feliz, ni quienes estén a su lado tengan vidas sin sombras, la esperanza planta cara a la desesperación. Es una epopeya que merece verse.

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