Con un vaso de whisky

noviembre 10, 2013

El Pozo

            Peaky Blinders, creada por Steven Knight, se ha hecho acreedora mía: en mi momento de depresión post Breaking Bad, me dio seis magníficas horas de complots, pasiones, oscuridad, violencia, ternura y gran televisión. No sólo nos cuenta una gran historia, sino que forma un gran mundo, poblado de turbios personajes, que merece la pena explorar, un pozo terrible en el que cada capítulo sólo nos adentra más y más en la tiniebla. Pero es que en las tinieblas ocurren cosas muy dignas de verse, muy entretenidas (muchísimo) de contemplar. Otra cosa es cómo reaccione cada cual.

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            Birmingham, año 1919. La Gran Guerra ha terminado. Los veteranos han vuelto a casa. Y en esta ciudad pesadillescamente industrial, una familia tira de los hilos. Los Shelby controlaban el submundo criminal aun durante el conflicto bélico y están dispuestos a seguir haciéndolo en el futuro. Desde la primera secuencia, queda claro que en estas sucias calles, ese jinete y los suyos son la autoridad. Que luego veamos que son una autoridad nada indiscutida y con ansias de aumentar su influencia no resta un ápice a la imagen de soberanía que Thomas Shelby plasma, en lo alto del caballo, con su característica gorra.

            Atmósfera siniestra, personajes turbios, tramas tenebrosas. Ahora vamos con los personajes y las tramas. Antes, hablemos de la atmósfera. La BBC nos vuelve a regalar la vista y los oídos. Los trajes y la ambientación, impecables. La fotografía, la iluminación, es la perfecta. El habilísimo juego de la luz y la sombra da un aire propio e inconfundible a esta serie. Un color, unos matices que me dejaron en un perpetuo estado de semi ensoñación, como si me hubiera metido en un mundo onírico, al tiempo que lúgubremente realista. Cualquiera que sepa cómo eran las condiciones de vida de las clases populares británicas en la entreguerra sabe que Peaky Blinders no exagera al mostrar la miseria, la suciedad. Si acaso, se queda corta.

            ¡Qué maravilla de planos! ¡Qué luz, sucia, a veces, sublime, en otras, filtrándose por las ventanas del pub! ¡Qué noches, iluminadas por los resplandores infernales de los hornos! ¡Qué días, de un gélido gris más opresivo que la noche! ¡Qué astutos los momentos de sol y verde campestre, porque todos ellos ocultan una trampa! O bajo el cielo azul se trama alguna traición, o, aún peor, alguien cree que tal vez logre salir del Pozo.

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            Porque Birmingham es un Pozo de almas que necesitarían una bajada de un Mesías para sacarlas de las profundidades, como en la vieja leyenda cristiana. En su entrada debería colocarse una advertencia: “Abandonad toda esperanza los que aquí entráis”. Sin embargo, todos los que allí viven tienen esperanzas. Y es que, como mostró Neil Gaiman en unas de sus mejores páginas, ni en el Infierno muere del todo la esperanza.

            La banda sonora es otro de los aciertos mayúsculos. Temas de Tom Waits, The White Stripes o Nick Cave and the Bad Seeds (“Red Right Hand”, temazo, abre los capítulos) se engarzan excelentemente en la serie. Frente a la igual de legítima decisión de Boardwalk Empire de usar música de la época, aquí se han elegido canciones y composiciones que casen con el sombrío espíritu de la serie.

            Thomas Shelby, un inmenso Cillian Murphy, está en el centro de las telarañas. Peaky Blinder es un caleidoscopio de intrigas, intereses, relaciones y pasiones. Él es la pieza central, todo lo demás gira en torno a él, se relaciona con él, se define en cuanto su postura hacia él. Es el protagonista absoluto, el más turbio, inteligente y despiadado en una serie bien surtida de gente turbia, inteligente y despiadada.

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            Pueden hacerse algunos paralelismos entre Thomas y Jimmy Darmody, el desdichado falso protagonista de las dos primeras temporadas de Boardwalk Empire. De una edad parecida, ambos viven más o menos en la misma época, y los dos han regresado marcados por su experiencia en la guerra. Pero los traumas de Darmody eran previos a su viaje a las trincheras. Éstas, desde luego, sólo los empeoraron y, si acaso, añadieron alguno más. Pero Jimmy no venía de ningún lugar feliz. De hecho, se lanzó de cabeza a la conflagración para huir de un horror que había devorado cualquier posibilidad de una vida feliz para él. Thomas, en cambio, venía de una familia criminal, unida por la sangre, leal para con los suyos, y en la que el amor era genuino.

            Tras su vuelta, Jimmy intenta encontrar su lugar en el mundo, bajo la sombra del gigantesco Enoch “Nucky” Thompson. Thomas Shelby es su propio Nucky. Por eso, el Jimmy que puede haber en él no le lleva a la ruina. Shelby es mucho más frío, astuto y peligroso que Darmody. Los fantasmas de la trinchera también le acosan y paga un alto precio, pero no es peón de nadie, aunque tenga que jugar manos muy complicadas, con muchas cartas marcadas, contra varios tahúres de cuidado al tiempo. Nucky y Thomas podrían tener un encuentro muy interesante. Jimmy y Thomas, también, pero sospecho que Shelby preferiría con mucho el primero.

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            Si tuviera que elegir una figura geométrica para poner un poco de orden en este caos, sería el triángulo. Thomas siempre será uno de los vértices, pero en los otros dos podemos ir colocando otros personajes. Por ejemplo, Freddy y Ada. O Arthur, el hermano mayor, y Arthur padre, ausente menos en un episodio. Y el más obvio, el triángulo entre Thomas, Grace y el Inspector Campbell. Sólo la gran Tía Polly puede quedar el margen de los triángulos y hablar a Thomas como a un igual, en cierto modo.

            En este mundo de gentes turbias, casi todos los personajes son extrañamente honestos. Campbell lo es, estoy seguro, en su discurso inicial, donde promete limpiar la ciudad a sangre y fuego, tras ese paseo nocturno desde su carruaje. Freddie, el más idealista, el revolucionario que sueña con un mundo mejor para las masas oprimidas, no sólo es honesto, es el único férreamente honrado, el único que se niega a pactos, negociaciones, contubernios. Tiene la fuerza y la debilidad de los espíritus espartanos, rígidos. Aunque también es cierto que en Birmingham los pactos son siempre con el Diablo. Thomas, a su cínica manera, también es honesto en su pragmatismo sin escrúpulos, dejando a salvo siempre los lazos de familia (que emplea en sus juegos políticos, eso sí).

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            Si hay un tema en esta serie, ese ha de ser, como en todas las grandes historias, el de la pasión. Somos, como defendía magistralmente el fallecido Eugenio Trías en su “Tratado sobre la pasión”, seres pasionales. Desde la pasión pensamos y actuamos. La pasión amorosa. La pasión del odio. La pasión del poder. La pasión de la virtud. La pasión por la supervivencia. La pasión de la venganza. La pasión utópica. Todas esas pasiones son las que mueven a los personajes. Thomas, que no llega a ser el Edmund de El Rey Lear (pero qué bien haría Murphy de ese inmenso villano), es de lo más pasional, bajo su helado exterior.

            Grace, Thomas, Campbell son el Triángulo Trágico de la serie. Grace (buen trabajo, Anabelle Wallis), la espía de Su Majestad, al servicio de la Policía, movida por el odio hacia el IRA, cuyos miembros asesinaron a su padre, ansiosa ella también de asesinar, de destruir. Que Grace terminara enamorándose de Thomas y Thomas de Grace, creo, no nos pilló a ninguno por sorpresa. Pero la manera de desenvolver su historia, sobre todo en los primeros momentos, los más complicados de plasmar, fue elogiable. Además, durante bastante rato estuve en duda de quién de los dos se había enamorado antes del otro y aunque sospecho que fue Thomas el que fue seducido en primer lugar, Grace estuvo fascinada por él también desde un inicio.

            Igualmente, la debilidad de Campbell por Grace (¡cómo sospecha esto ella y trata de evitarlo!) es también muy clara, pero sabe contenerse hasta que las ordenanzas le permiten revelar sus emociones. Campbell es un personaje tan interesante como Thomas. Sam Neill demuestra de nuevo que si un director le ayuda a controlar cierta tendencia suya a la sobreactuación, es un muy buen intérprete. Este policía implacable, virtuoso, para el cual erradicar el crimen, la corrupción y los enemigos del Imperio justifica cualquier medio, es uno de sus trabajos más notables. Su relación de necesaria colaboración y mutuo desdén con Shelby es excelente. Su partida de cartas es la más interesante y llena de recovecos.

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              Ambos se subestiman de manera clara, salvo el policía en su última conversación, cuando Campbell, consumido por los celos, ha caído en su momento más bajo y perturbador. Tras volver a vestirse, revistiéndose de su dignidad perdida, Campbell sonríe sardónicamente ante su enemigo, quien cree que ha ganado todas las manos de la partida y le da concede una mordaz reflexión de despedida: “Una cosa que he aprendido es que somos opuestos, pero también los mismo. Como el reflejo de un espejo. Odiamos a la gente y, a cambio, la gente nos odia. Y nos teme. [… ]Los hombres como nosotros, señor Shelby, siempre estaremos solos. Y el amor que consigamos, tendremos que pagar por él.” Thomas replica: “Olvida, Inspector, que tengo a mi familia”. Campbell sonríe. Pero quizás Thomas tenga razón. Desde luego, es su último refugio.

             Seres oscuros y pasionales, todos los personajes andan buscando amor y ternura. El pobre Arthur hijo, que se siente desplazado, ninguneado, y cae patéticamente en la estafa de su mezquino padre. Ada y Freddie, amenazados por ser un obstáculo en los planes de Thomas. Los mismos Thomas y Grace, cuyo enamoramiento pone en riesgo sus diferentes planes. Campbell, quien concentra toda su amargura por sus derrotas finales en una decisión sangrientamente irrevocable.

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            El Amor es una pasión. Pero el Poder también lo es. En la serie, ese Poder se encarna en las armas que los hombres de los Peaky Blinders obtienen por error. Esas armas dan una inmensa fuerza a la facción que las posea. Y, al igual que el Oro Maldito del Rin, destruyen a su poseedor. Thomas quiere usar esas armas en un complejo juego para hacerse con la corona del crimen. Pero los comunistas quieren las armas para su revolución. El IRA para su independencia. Los criminales rivales para sus propios intereses. Y la Corona está dispuesta a barrer Birminghan para recuperarlas (qué grandes las apariciones de Winston Churchill, irónico, excéntrico y sin el menor escrúpulo). Dejan tras de sí una ristra de gentes destrozadas, por dentro o por fuera.

            Al final, sólo queda en pie esta familia, que ha alcanzado el trono del delito, a cambio de sufrir y de estar a punto de la ruptura. Los agujeros en el imperio de los Shelby existen, y pueden muy bien llevar a la ruina todo lo conseguido. Aun en el caso de que no sea así, de que Thomas se convierta en el César de Birmingham, será, como Michael Corleone, tras haber convertido su interior en un erial.

           Así que ya saben. Brimingham les espera. Y una segunda temporada nos dará la bienvenida a quienes queramos quedarnos. Yo tengo ya reserva en el hotel.

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